CUARESMA 2011

QUERIDOS HERMANOS: PAZ

HEMOS COMENZADO LA CUARESMA DEL AÑO 2011, ES UNA NUEVA OPORTUNIDAD PARA RECUPERAR MUCHAS VIRTUDES QUE A LO LARGO DEL AÑO LO TENEMOS ARRUMBADOS, AMURADOS, DORMIDOS EN NUESTRAS VIDAS: LA ORACION, EL AYUNO Y LA LIMOSNA.

LA PROPUESTA DE NUESTRA PARROQUIA "SAN ISIDRO LABRADOR" DE LULES - TUCUMAN, ES REALIZAR ESTOS CUARENTA DIAS UN RETIRO ESPIRITUAL CON JESUS.

Estamos llamados a vivir el Evangelio con el poder del Espíritu Santo. Así hicieron los santos. Todos estamos llamados por Dios a ser santos.


Y CON JESUS PREDICANDO ESTE RETIRO PODREMOS VER LA LUZ DE LA SANTIDAD.

ES POR ELLO QUE LOS INVITO A VER EL BLOG SIGUIENTE:


espero les ayude.
P.Dante Miguel - Párroco

MENSAJES DE CUARESMA 2011

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2011
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI

LO QUE SE DEBE Y NO DEBE HACERSE EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

SEPA LO QUE DEBE Y NO DEBE HACERSE

EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

VATICANO, 23 Abr. 04 (ACI).- La instrucción Redemptionis Sacramentum, describe detalladamente cómo debe celebrarse la Eucaristía y lo que puede considerarse como "abuso grave" durante la ceremonia. Aquí les ofrecemos un resumen de las normas que el documento recuerda a toda la Iglesia.

En el Capítulo I sobre la “ordenación de la Sagrada Liturgia” se señala que:

  • Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas se cumplan fielmente.

  • Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia de forma plena y eficaz, para que nunca sea considerada la liturgia como propiedad privada de alguien.

  • El Obispo diocesano es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica. A él le corresponde dar normas obligatorias para todos sobre materia litúrgica, regular, dirigir, estimular y algunas veces también reprender.

  • Compete al Obispo diocesano el derecho y el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por los citados institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.

  • Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.

En el Capítulo II sobre la “participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía”, se establece que:

  • La participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía, y en los otros ritos de la Iglesia, no puede equivaler a una mera presencia, más o menos pasiva, sino que se debe valorar como un verdadero ejercicio de la fe y la dignidad bautismal.

  • Se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra.

  • Sin embargo, no se deduce necesariamente que todos deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea litúrgica específica; aunque conviene que se distribuyan y realicen entre varios las tareas o las diversas partes de una misma tarea.

  • Se alienta la participación de lectores y acólitos que estén debidamente preparados y sean recomendable por su vida cristiana, fe, costumbres y fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia.

  • Se alienta la presencia de niños o jóvenes monaguillos que realicen un servicio junto al altar, como acólitos, y reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre esta tarea. A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas.

En el Capítulo 3, sobre la “celebración correcta de la Santa Misa” se especifica sobre:

La materia de la Santísima Eucaristía

  • El pan a consagrar debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente. No se pueden usar cereales, sustancias diversas del trigo. Es un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.

  • Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que dispongan de los instrumentos adecuados.

  • Las fracciones del pan eucarístico deben ser repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben usar sobre todo hostias pequeñas.

  • El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.

La Plegaria Eucarística

  • Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.

  • Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote.

  • El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.

  • En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.

Las otras partes de la Misa

  • Los fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea y que el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.

  • No se pueden cambiar los textos de la sagrada Liturgia.

  • No se pueden separar la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos.

  • La elección de las lecturas bíblicas debe seguir las normas litúrgicas. No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni cambiar las lecturas y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos.

  • La lectura evangélica se reserva al ministro ordenado. Un laico, aunque sea religioso, no debe proclamar la lectura evangélica en la celebración de la Misa.

  • La homilía nunca la hará un laico. Tampoco los seminaristas, estudiantes de teología, asistentes pastorales ni cualquier miembro de alguna asociación de laicos.

  • La homilía debe iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida, sin vaciar el sentido auténtico y genuino de la Palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos.

  • No se puede admitir un “Credo” o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.

  • Las ofrendas, además del pan y el vino, sí pueden comprender otros dones. Estos últimos se pondrán en un lugar oportuno, fuera de la mesa eucarística.

  • La paz se debe dar antes de distribuir la sagrada Comunión, y se recuerda que esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados.

  • Se sugiere que el gesto de la paz sea sobrio y se dé a sólo a los más cercanos. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo en el presbiterio, para no alterar la celebración y del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles. El gesto de paz lo establece la Conferencia de Obispos, con el reconocimiento de la Sede Apostólica, “según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”.

  • La fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico. Ésta comienza después de dar la paz, mientras se dice el “Cordero de Dios”.

  • Es preferible que las instrucciones o testimonios expuestos por un laico se hagan fuera de la celebración de la Misa. Su sentido no debe confundirse con la homilía, ni suprimirla.

Unión de varios ritos con la celebración de la misa

  • No se permite la unión de la celebración eucarística con otros ritos cuando lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia.

  • No es lícito unir el Sacramento de la Penitencia con la Misa y hacer una única acción litúrgica. Sin embargo, los sacerdotes, independientemente de los que celebran la Misa, sí pueden escuchar confesiones, incluso mientras en el mismo lugar se celebra la Misa. Esto debe hacerse de manera adecuada.

  • La celebración de la Misa no puede ser intercalada como añadido a una cena común, ni unirse con cualquier tipo de banquete. No se debe celebrar la Misa, a no ser por grave necesidad, sobre una mesa de comedor, o en el comedor, o en el lugar que será utilizado para un convite, ni en cualquier sala donde haya alimentos. Los participantes en la Misa tampoco se sentarán en la mesa, durante la celebración.

  • No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio.

  • No se debe celebrar la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas.

  • No se debe introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la Misa.

En el capítulo 4, sobre la “Sagrada Comunión”, se ofrecen disposiciones como:

  • Si se tiene conciencia de estar en pecado grave, no se debe celebrar ni comulgar sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse.

  • Debe vigilarse para que no se acerquen a la sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no cristianos.

  • La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental. La primera Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y nunca fuera de la celebración de la Misa.

  • El sacerdote no debe proseguir la Misa hasta que haya terminado la Comunión de los fieles.

  • Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios pueden ayudar al sacerdote celebrante.

  • Se puede comulgar de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica.

  • Los fieles tienen siempre derecho a elegir si desean recibir la Comunión en la boca, pero si el que va a comulgar quiere recibir el Sacramento en la mano, se le debe dar la Comunión.

  • Si existe peligro de profanación, el sacerdote no debe distribuir a los fieles la Comunión en la mano.

  • Los fieles no deben tomar la hostia consagrada ni el cáliz sagrado por uno mismo, ni mucho menos pasarlos entre sí de mano en mano.

  • Los esposos, en la Misa nupcial, no deben administrarse de modo recíproco la sagrada Comunión.

  • No debe distribuirse a manera de Comunión, durante la Misa o antes de ella, hostias no consagradas, otros comestibles o no comestibles.

  • Para comulgar, el sacerdote celebrante o los concelebrantes no deben esperar que termine la comunión del pueblo.

  • Si un sacerdote o diácono entrega a los concelebrantes la hostia sagrada o el cáliz, no debe decir nada, es decir, no pronuncia las palabras “el Cuerpo de Cristo” o “la Sangre de Cristo”.

  • Para administrar a los laicos Comunión bajo las dos especies, se deben tener en cuenta, convenientemente, las circunstancias, sobre las que deben juzgar en primer lugar los Obispos diocesanos.

  • Se debe excluir totalmente la administración de la Comunión bajo las dos especies cuando exista peligro, incluso pequeño, de profanación.

  • No debe administrarse la Comunión con el cáliz a los laicos donde: 1) sea tan grande el número de los que van a comulgar que resulte difícil calcular la cantidad de vino para la Eucaristía y exista el peligro de que sobre demasiada cantidad de Sangre de Cristo, que deba sumirse al final de la celebración»; 2) el acceso ordenado al cáliz sólo sea posible con dificultad; 3) sea necesaria tal cantidad de vino que sea difícil poder conocer su calidad y proveniencia; 4) cuando no esté disponible un número suficiente de ministros sagrados ni de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que tengan la formación adecuada; 5) donde una parte importante del pueblo no quiera participar del cáliz por diversos motivos.

  • No se permite que el comulgante moje por sí mismo la hostia en el cáliz, ni reciba en la mano la hostia mojada. La hostia que se debe mojar debe hacerse de materia válida y estar consagrada. Está absolutamente prohibido el uso de pan no consagrado o de otra materia.

En el capítulo 5, sobre “otros aspectos que se refieren a la Eucaristía”, se aclara que:

  • La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa.

  • Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.

  • Siempre y en cualquier lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín.

  • Es un abuso suspender de forma arbitraria la celebración de la santa Misa en favor del pueblo, bajo el pretexto de promover el “ayuno de la Eucaristía”.

  • Se reprueba el uso de vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad, o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal, arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente.

  • La vestidura propia del sacerdote celebrante es la casulla revestida sobre el alba y la estola. El sacerdote que se reviste con la casulla debe ponerse la estola.

  • Se reprueba no llevar las vestiduras sagradas, o vestir solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria.

En el capítulo 6, el documento trata sobre “la reserva de la Santísima Eucaristía y su culto fuera de la Misa”. Se recuerda que:

  • El Santísimo Sacramento debe reservarse en un sagrario, en la parte más noble, insigne y destacada de la iglesia, y en el lugar más apropiado para la oración.

  • Está prohibido reservar el Santísimo Sacramento en lugares que no están bajo la segura autoridad del Obispo o donde exista peligro de profanación.

  • Nadie puede llevarse la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar.

  • No se excluye el rezo del rosario delante de la reserva eucarística o del santísimo Sacramento expuesto.

  • El Santísimo Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni siquiera por un tiempo muy breve.

  • Es un derecho de los fieles visitar frecuentemente el Santísimo Sacramento.

  • Es conveniente no perder la tradición de realizar procesiones eucarísticas.

El capítulo 7 versa sobre “los ministerios extraordinarios de los fieles laicos”. Allí el documento especifica que:

  • Las tareas pastorales de los laicos no deben asimilarse demasiado a la forma del ministerio pastoral de los clérigos. Los asistentes pastorales no deben asumir lo que propiamente pertenece al servicio de los ministros sagrados.

  • Solo por verdadera necesidad se puede recurrir al auxilio de ministros extraordinarios en la celebración de la Liturgia.

  • Nunca es lícito a los laicos asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote, u otras vestiduras similares.

  • Si habitualmente hay un número suficiente de ministros sagrados, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este ministerio, no deben ejercerlo.

  • Se reprueba la costumbre sacerdotes que, a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a laicos.

  • Al ministro extraordinario de la sagrada Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía.

  • Los laicos tienen derecho a que ningún sacerdote, a no ser que exista verdadera imposibilidad, rechace nunca celebrar la Misa en favor del pueblo, o que ésta sea celebrada por otro sacerdote, si de diverso modo no se puede cumplir el precepto de participar en la Misa, el domingo y los otros días establecidos.

  • Cuando falta el ministro sagrado, el pueblo cristiano tiene derecho a que el Obispo, en lo posible, procure que se realice alguna celebración dominical para esa comunidad.

  • Es necesario evitar cualquier confusión entre este tipo de reuniones y la celebración eucarística.

  • El clérigo que ha sido apartado del estado clerical está prohibido de ejercer la potestad de orden. No le está permitido celebrar los sacramentos. Los fieles no pueden recurrir a él para la celebración.

El capítulo 8 está dedicados a los Remedios:

  • Cualquier católico tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice.

ROSARIO EUCARISTICO

ADORANDO A JESUS EUCARISTIA CON MARIA

Queridos amigos, hoy tenemos la dicha de estar acompañados por nuestro mejor Amigo: Jesús. El nos invita a compartir un momento de intimidad.

Hagamos frente a la Real presencia del Señor en la Eucaristía “creo Señor, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar, y allí te Amo, te Alabo y te Adoro. Hoy estás aquí, frente a nosotros, y nosotros frente a Tí, estas sobre el altar, estás presente y vivo en ese pedacito de pan que ya no es pan, sino tú Cuerpo Vivo Señor.

Contemplemos los misterios de la vida de Jesús, cantemos: Alabado sea el Santísimo Sacramento.

El rosario Eucarístico se reza de la siguiente manera:

1.- Se anuncia el misterio.

2.- Se lee la palabra de Dios. Se contempla en silencio.

3.- se repite diez veces la letanía eucarística:

G. Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

4.- Al final se dice: Gloria al Padre...

5.- Todos repetimos:

Oh, Jesús mío, perdona nuestras culpas,

Presérvanos del fuego del infierno,

Lleva al cielo a todas las almas

Y socorre especialmente a las más

necesitadas de tu infinita misericordia.

Amén.

PRIMER MISTERIO: contemplemos LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES.

Lectura: "En aquellos días, Jesús y sus apóstoles se retiraron en una barca a un lugar solitario para descansar. Pero muchos los siguieron… Al llegar, Jesús sintió compasión de aquella muchedumbre y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada…: ‘Ya se hace muy tarde. Despídelos para que vayan a sus aldeas y puedan comer’. Jesús les contestó: ‘Denle ustedes de comer .¿De dónde vamos a sacar para darle de comer a tanta gente? tenemos cinco panes y dos peces’. Jesús ordenó…que se sentaran, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los repartió. También repartió los peces. Todos comieron hasta saciarse, y con lo que sobró se llenaron doce canastos. Los que comieron los panes fueron unas cinco mil personas." (Mc 6,31).

T/. Palabra de Dios

R./.Te Alabamos Señor

Guía (diez veces): Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R/: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

Al final: Gloria al Padre...

Todos: Oh Jesús mio…

SEGUNDO MISTERIO: contemplemos a Jesús nos dice YO SOY EL PAN DE VIDA.

Lectura:"la gente le preguntó a Jesús: ‘¿Qué debemos hacer para obrar como Dios quiere?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios consiste en que crean en Aquel que El ha enviado’. Ellos entonces le dijeron: ‘¿Y qué señal nos das Tú para que viéndola creamos en Tí? Nuestros padres comieron el maná…y murieron. Jesús les respondió: ‘ No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo, porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Y Jesús les contestó: ‘´Yo soy el Pan de la Vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’." (Jn 6,28-35)

T/. Palabra de Dios

R./.Te Alabamos Señor

Guía (diez veces): Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R/: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

Al final: Gloria al Padre...

Todos: Oh Jesús mio…

TERCER MISTERIO: contemplamos a Jesús que nos promete EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE, TIENE VIDA ETERNA.

Lectura: "En aquellos días, Jesús enseñaba a las muchedumbres diciendo: ‘En verdad, en verdad les digo: El que cree tiene vida eterna. Yo soy el Pan de la Vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este Pan que baja del Cielo es para que quien lo coma no muera. Yo soy el Pan Vivo bajado del Cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’." (Jn 6, 47-51a.54)

T/. Palabra de Dios

R./.Te Alabamos Señor

Guía (diez veces): Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R/: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

Al final: Gloria al Padre...

Todos: Oh Jesús mio…

CUARTO MISTERIO: Contemplemos a Jesús nos anuncia EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE PERMANECE EN MI Y YO EN EL, nos hacemos uno con El.

Lectura: "En aquellos días, Jesús enseñaba a las muchedumbres diciendo: ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Al igual que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.’." (Jn 6,55)

T/. Palabra de Dios

R./.Te Alabamos Señor

Guía (diez veces): Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R/: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

Al final: Gloria al Padre...

Todos: Oh Jesús mio…

QUINTO MISTERIO: contemplemos la INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA EN LA ÚLTIMA CENA.

Lectura: "Sabiendo Jesús que iba a ser entregado, reunió a los Doce para cenar. Mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan y lo bendijo, lo partió, y dándoselo a sus discípulos dijo: ‘Tomen y coman, éste es mi Cuerpo’. Luego tomó una copa, y luego de dar gracias se las dio diciendo: ‘Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre de la Alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados’. Y agregó: ‘Hagan esto en memoria mía’." (Mt 26,26-28; 1Cor 11,25)

T/. Palabra de Dios

R./.Te Alabamos Señor

Guía (diez veces): Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

R/: Sea por siempre bendito y alabado, Jesús Sacramentado.

Al final: Gloria al Padre...

Todos: Oh Jesús mio…

LETANIAS EUCARISTICAS

Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad

Señor, ten piedad

Pan de la esperanza, ruga por nosotros

Pan de los pacientes

Pan de los frágiles

Pan de los constantes

Pan de los que tiene pesadas cargas,

Pan de los que sufren dolores

Pan de los que creen en tus promesas

Pan de los que son consolados

Pan de la Iglesia una y santa,

Pan de los que sirven

Pan de los hijos

Pan de los pobres

Pan de los niños

Pan de los jóvenes comprometidos

Pan de las familias unidas

Pan de las familias comprometidas

Pan de las familias unidas

Pan de los enfermos sanados

Pan de los ancianos fortalecidos

Pan de los cansados

Pan de los aliviados

Pan de los presos

Pan de los hambrientos

Pan de los sin techos

Pan de los sin trabajo

Pan de los perdidos

Pan de los llegados

Pan de los caídos

Pan de los que están lejos y se aceran

Pan de los que son excluidos

Pan de los calumniados

Pan de los enemistados

Pan de los que esperan la vida eterna

Rezamos a nuestra Madre la Virgen María y nos consagramos.

DIOS TE SALVE, REINA Y MADRE…


NOVENA POR LOS FIELES DIFUNTOS

NOVENA POR LOS FIELES DIFUNTOS

Desde el 24 de Octubre y hasta el 1 de noviembre recemos la Novena - Intercalando el Santo Rosario

Esta novena la rezamos por nuestros difuntos o almas del Purgatorio, para que nuestras oraciones y sufragios de buenas obras les aprovechen y lleguen pronto a unirse con Dios en el cielo.

Rezar la oración del día que corresponda y terminar con la oración final y el responso:

Oración Final y Responso
Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.
Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio.


V. No te acuerdes, Señor, de mis pecados.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
V. Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
V. Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

Padrenuestro.

V. De la puerta del infierno
R. Saca, Señor, sus almas.
V. Descansen en paz.
R. Amén.
V. Señor, oye mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.

Oremos. Oh Dios mío, de quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

V. Dales, Señor, el descanso eterno.
R. Y luzca para ellos la luz perpetua.
V. Descansen en paz.
R. Amén.

DÍA PRIMERO
Por la señal, etc.
¡Señor mío, Jesucristo!, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen.


Señor mío Jesucristo, que quieres que tengamos suma delicadeza de conciencia y santidad perfecta: te rogamos nos la concedas a nosotros; y a los que por no haberla tenido se están purificando en el purgatorio, te dignes aplicar nuestros sufragios y llevarlos pronto de aquellas penas al cielo. Te lo pedimos por la intercesión de tu Madre purísima y de San José.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA SEGUNDO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que eres cabeza de todos tus fieles cristianos que en ti nos unimos como miembros de un mismo cuerpo que es la Iglesia: te suplicamos nos unas más y más contigo y que nuestras oraciones y sufragios de buenas obras aprovechen a las ánimas de nuestros hermanos del purgatorio, para que lleguen pronto a unirse a sus hermanos del cielo.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA TERCERO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que pecan castigas con justicia en esta vida o en la otra: concédenos la gracia de nunca pecar y ten misericordia de los que, habiendo pecado, no pudieron, por falta de tiempo, o no quisieron, por falta de voluntad y por amor del regalo, satisfacer en esta vida y están padeciendo ahora sus penas en el purgatorio; y a ellos y a todos llévalos pronto a su descanso.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA CUARTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que exiges la penitencia aun de los pecados veniales en este mundo o en el otro: danos temor santo de los pecados veniales y en misericordia de los que, por haberlos cometido, están ahora purificándose en el purgatorio y líbralos a ellos y a todos los pecadores de sus penas, llevándoles a la gloria eterna.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA QUINTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los regalados en esta vida, que no pagaron por su culpa o no tuvieron bastante caridad con el pobre, castigas en la otra con la penitencia que aquí no hicieron: concédenos las virtudes de la mortificación y de la caridad y acepta misericordioso nuestra caridad y sufragios, para que por ellos lleguen pronto a su descanso eterno.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA SEXTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que quisiste que honrásemos a nuestros padres y parientes y distinguiésemos a nuestros amigos: te rogamos por todas las ánimas del purgatorio, pero especialmente por los padres, parientes y amigos de cuantos hacemos está novena, para que logren el descanso eterno.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA SÉPTIMO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que no se preparan a tiempo para la muerte, recibiendo bien los últimos sacramentos y purificándose de los residuos de la mala vida pasada, los purificas en el purgatorio con terribles tormentos: te suplicamos, Señor, por los que murieron sin prepararse y por todos los demás, rogándote que les concedas a todos ellos la gloria y a nosotros recibir bien los últimos sacramentos.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA OCTAVO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que vivieron en este mundo demasiado aficionados a los bienes terrenales y olvidados de la gloria, los retienes apartados del premio, para que se purifiquen de su negligencia en desearlo: calma, Señor misericordioso, sus ansias y colma sus deseos, para que gocen pronto de tu presencia, y a nosotros concédenos amar de tal manera los bienes celestiales, que no deseemos desordenadamente los terrenos.
Terminar con la oración final y el responso

DÍA NOVENO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, cuyos méritos son infinitos y cuya bondad es inmensa: mira propicio a tus hijos que gimen en el purgatorio anhelando la hora de ver tu faz, de recibir tu abrazo, de descansar a tu lado y; mirándolos, compadécete de sus penas y perdona lo que les falta para pagar por sus culpas. Nosotros te ofrecemos nuestras obras y sufragios, los de tus Santos y Santas; los de tu Madre y tus méritos; haz que pronto salgan de su cárcel y reciban de tus manos su libertad y la gloria eterna.
Terminar con la oración final y el responso

HORA SANTA POR LA FAMILIA

1º Jueves de Octubre 2008

Guía: Hermanos, octubre es el mes en el que dedicamos nuestra oración a la familia. Que en nuestra comunidad valoremos el rol de la familia como educadora y transmisora de los valores cristianos. También tenemos la ocasión para acentuar nuestra conciencia de evangelizadores, porque la Iglesia nos invita a compartir desde la oración y la acción este tiempo dedicado a las misiones. A demás, como arquidiócesis de Tucumán, tenemos la oportunidad de apoyar la 13º Asamblea de Pastoral que es parte del camino que todos transitamos para que nuestra Iglesia sea casa y escuela de comunión.

Exposición del Santísimo (Canto, Bendito y alabado sea... se reza Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Guía: Querido Señor Jesús, que vives en comunión perfecta con el Padre y el Espíritu Santo, y creciste en familia con María y José, hoy queremos pedirte por todas las familias, para que te hagas presente en ellas y seas su Señor y Salvador. Bendice a sus miembros con tu poder infinito. Protégelos de todo mal y de todo peligro. No permitas que nada ni nadie les haga daño y dales salud de cuerpo y alma. Te necesitamos Jesús. Llena a los hogares de tu paz, de tu alegría, de tu ternura. Que las familias te conozcan y te amen cada día más. Derrama tu amor para que sepan dialogar, entenderse, ayudarse, para que puedan acompañarse y sostenerse en el duro camino de la vida. Dale pan y trabajo, ayúdales a cuidar lo que tienen y a compartir con los demás. Gracias Jesús por el don sagrado de la familia.

Canto: Señor toma mi vida nueva.

Lectura: San Lucas 2, 39-40

Reflexión: La familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de sus riquezas espirituales, debe manifestar la presencia viva de Cristo en el mundo mediante el amor, la generosa fecundidad, la unidad, fidelidad y la cooperación amorosa de sus miembros. Resulta evidente que, en los momentos de grave crisis moral y cultural que vivimos, la familia es el único ámbito capaz de generar personas con auténticos valores humanos y de proteger contra lo innumerables peligros que acechan. Imitemos a la familia de Anisarte, la de José, María y Jesús, aquí se nos enseña la comunión de amor, la sencillez y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable. Evidentemente la casita de Anisarte, era mucho más que un lugar donde vivían, era sobre todo un lugar donde se amaban. (Silencio)

Canto: Me pides Señor que yo te siga.

Lectura: San Marcos 16, 15-16.

Reflexión: Quienes acogen con sinceridad la Buena Noticia constituyen, a la vez, una comunidad evangelizadora. La orden: “Vayan y proclamen la Buena Noticia...” es válida para todos los cristianos, pues somos un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Dios, quien nos llamó de las tinieblas a su admirable luz, esta tarea, esta misión, son aún más urgentes debido a los cambios amplios y profundos de la sociedad actual. ¡Hay de mi si no predicara el Evangelio!. Somos misioneros porque hemos recibido un bien que no queremos retener en la intimidad; lo que hemos visto y oído, reclama que lo transmitamos a nuestros hermanos. La santidad se vive cuando procuramos evangelizar en medio de las actividades y preocupaciones de cada día. No hay excusas que justifiquen dejadez ni demoras, el Espíritu Santo nos infunde toda la fuerza y el impulso que nos hace falta, María es el signo más bello de esperanza que podemos pedir. Nutridos por la Palabra y reconfortados en la Eucaristía, naveguemos mar adentro por las turbulentas aguas de la historia. (Silencio)

Canto: Todos unidos formando un solo cuerpo...

Lectura: Carta de Apóstol San Pablo a los Filipenses 2, 1-4.

Reflexión: Hacer de la Iglesia la casa y escuela de comunión es el gran desafío que tenemos. Para ello es necesario promover una espiritualidad de comunión, esto es, una mirada del corazón, sobre todo, hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, cuya luz, ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del cuerpo místico, como uno que me pertenece, como un don para mi. En fin, es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente las cargas de los otros. Sin todo esto, los instrumentos de la comunión solo serán medios sin alma, máscaras de comunión más que medios de expresión. Realizando la comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como signo e instrumento de la Intima unión con Dios y de la unidad del género humano. (Silencio)

Canto: Espíritu de Dios llena mi vida...

Oración por la Asamblea de Pastoral: Señor Jesucristo, que en tu encarnación te hiciste hombre, para dialogar con el hombre sobre los misterios del amor de Dios que desea la salvación de todos; también para enseñarnos a dialogar como hermanos. Tú nos prometiste permanecer con tu Iglesia hasta el fin de los tiempos y enviarnos tu Reino de amor, unión, justicia y paz. Esa es la esperanza que nos anima y sostiene. Te agradecemos todos estos dones Señor, y te rogamos: bendice nuestra Arquidiócesis, muéstrale el camino hacia el amor fraterno que nos lleve a descubrir desde lo más profundo del corazón que todos nosotros somos hermanos, mediante el diálogo que destruye el muro del individualismo y la falta de comunicación. Fortalece nuestra voluntad para que podamos disponernos a un diálogo más profundo entre hermanos. Así construiremos la civilización del amor y seremos testigos de esperanza para el mundo entero. Llena con tu Espíritu Santo a los que están trabajando a favor de la Asamblea de Pastoral en nuestra Arquidiócesis de Tucumán. Que sirvan con tu generosidad a tu Reino de amor, con entusiasmo y alegría. Que se preparen para recibir con el corazón a sus hermanos y hermanas que participarán de la Asamblea. Que María, tu Madre, nuestra Señora de la Merced, liberadora del los cautivos, interceda para que esta Asamblea sea una fiesta de fe, donde todos nos sintamos hijos suyos y hermanos entre nosotros. Dona, Señor, en esos días, fuerzas nuevas a tu Iglesia. Te lo pedimos a Ti Nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas siempre. Amén.

Preces: (De la estampa el sacerdote y el guía) “Señor Jesús, que mostrando a tus discípulos...”

Canto eucarístico o Tantum ergo.

Aclamaciones eucarísticas y Bendición final.

Canto de despedida a la Virgen: “El ángel vino de los cielos”

HORA SANTA POR LA FAMILIA

HORA SANTA POR LA FAMILIA

1. DIOS ES FAMILIA

Dios no es un ser solitario, es una Familia formada por el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo y la Iglesia, pueblo santo de Dios, es la Familia de Dios en la tierra. La familia, a su vez, es imagen de Dios que «en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia» (Juan Pablo II, Homilía en Puebla 2: AAS 71 p. 184). Es una alianza de personas a las que se llega por vocación amorosa del Padre que invita a los esposos a una «íntima comunidad de vida y de amor» (GS 48), cuyo modelo es el amor de Cristo a su Iglesia.

La familia, que se inicia con el amor del hombre y la mujer, surge radicalmente del misterio de Dios. Esto corresponde a la esencia más íntima del hombre y de la mujer, y a su natural y auténtica dignidad de personas (Carta a las Familias, 8).

"La familia misma es el gran misterio de Dios. Como «iglesia doméstica», es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la «iglesia doméstica» y en el amor que se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones" (Carta a las Familias, 19).

Por eso, hermanas y hermanos, vamos ahora a contemplar el Misterio de Cristo Esposo en su humanidad eucarística, y por él, con él y en él, contemplemos agradecidos el misterio de nuestra familia. Con nuestros cantos y oraciones aclamemos el misterio del amor de Cristo que ha querido quedarse con nosotros para caminar juntos por la vida, pidamos perdón a Dios por las infidelidades a su Plan de Amor, démosle gracias a Dios por el don del matrimonio y la familia y alabémoslo por su misericordia. Participemos con grande fe y alegría en este encuentro con Cristo vivo, camino de conversión, comunión y solidaridad para nuestras familias.

2 ORACIÓN POR LA FAMILIA

Querido Señor Jesús, que vives en comunión perfecta con el Padre y el Espíritu Santo,
y creciste en familia con María y José.
Hoy queremos pedirte por nuestras familias,
para que te hagas presente en ellas y seas su Señor y Salvador.
Bendice a todos sus miembros con tu poder infinito.
Protégelos de todo mal y de todo peligro.
No permitas que nada ni nadie les haga daño,
y dales salud en el cuerpo y en el alma.
Te necesitamos, Jesús.
Llena los hogares de tu paz, de tu alegría, de tu ternura.
Que en todas las casas te conozcan y te amen cada día más.
Derrama tu amor para que sepan dialogar, entenderse, ayudarse,
para que puedan acompañarse y sostenerse en el duro camino de la vida.
Dales pan y trabajo, ayúdales a cuidar lo que tienen y a compartirlo con los demás.
También queremos darte gracias, Jesús, por los momentos lindos
que han pasado en familia, y por las cosas buenas que tienen.
Bendito seas, Señor Jesús, con tu sagrada familia.
Amén.

3. CANTO Cantemos al Amor de los amores

5. PETICIÓN DE PERDÓN

Hermanos, ante el Señor Jesús, con un corazón arrepemtido, reconozcamos nuestras faltas de generosidad para con nuestras familias, por no esforzarnos en vivir el Plan de Dios para la familia.

Escuchemos al Papa Juan Pablo II: "Por otra parte, no faltan, sin embargo signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales -de la familia-: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades. Acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional." (F.C. 6)

6. Canto: Zamba del Perdón

7. Lectura Evangélica: (Mateo 1, 18-25)

Lector: "Este fue el principio de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José; pero antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Su esposo, José, pensó despedirla, pero como era un hombre bueno, quiso actuar discretamente para no difamarla. Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»... Cuando José se despertó, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y tomó consigo a su esposa. Y sin que hubieran tenido relaciones, dio a luz un hijo, al que puso por nombre Jesús". Palabra del Señor

8. Comentario

La fe y obediencia de José nos sirve de ejemplo para nuestras vidas, ¿cuántas veces el Señor nos dice algo y no le hacemos caso? , queremos hacer nuestra voluntad y no la de El. Por nuestra fragilidad humana nos hemos apartado de su camino sin darnos cuenta y nuestra familia no es luz para la sociedad. Reconozcamos que no hemos sabido cuidar esa obediencia y fe que nos enseño la Sagrada Familia de Nazaret. En presencia del Señor, reconozcamos en silencio nuestras fallas y nuestros pecados porque hemos permitido la desobediencia en nuestra familia, en nuestra mente, en nuestro corazón. Pidamos perdón por nuestra falta de entusiasmo, de generosidad, de entrega en la tarea de promover y defender a las familias.

9- Para resaltar el espíritu penitencial, un esposo y su esposa proclaman alternadamente el Salmo 50, lentamente y todos escuchan en silencio.

SALMO 50
Esposo: Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Esposa: Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Sacerdote o Lector: En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Esposo: Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Esposa: Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecador tu vista,
borra en mí toda culpa.
Sacerdote o Lector: ¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro
no me quites tu santo espíritu.
Esposo: Devuélveme la alegría de tu salvación
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Esposa: Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirán los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Sacerdote o Lector: Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
Esposo: Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
Reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

10. SÚPLICA COMUNITARIA DE PERDÓN

Lector : Ahora, expresemos al Padre con sinceridad algunas cosas que en la vida de nuestras familias y de nuestra sociedad han oscurecido el plan de Dios. Después de cada petición, respondamos: PERDÓN, SEÑOR, PERDÓN.

1. Por las veces en que como Iglesia no hemos puesto una especial atención a la vocación y misión de la familia y no hemos promovido a sus integrantes a participar de acuerdo al plan de Dios, en la vida eclesial, cultural, social, política y económica.

2. Por las veces en que hemos valorado y construido a la familia más hacia el poder y el tener que por su fe y obediencia a Dios en cumplir la misión y función que le encomendó como "iglesia domestica".

3. Por permitir que se pierdan las riquezas que sólo las familias puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad y no valorar su papel decisivo sobre la defensa de la vida, en la educación y en la formación de la sociedad.

4. Por las discriminaciones de las que son objeto las familias en dificultades o en una situación irregular dentro de la Iglesia, sin tomar en cuenta que también son parte del pueblo de Dios y están llamados a la salvación.

5. Por la falta de compromiso de las familias cristianas con el resto de la sociedad, al no darles el ejemplo que deben según el plan de Dios.

6. Por la esterilización, a veces programada, de hombres y mujeres, sobre todo de las más pobres y marginadas que es practicada a menudo de manera engañosa.

7. Por las veces en que el hombre y la mujer han optado por vivir su amor fuera del matrimonio sin aceptar el plan de Dios para los esposos y para la familia.

8. Por el pecado de tantos adulterios y divorcios que rompen la unidad del matrimonio y destruyen la vida y la paz de los hijos y de las familias.

9. Por el rechazo y el menosprecio a la maternidad de la mujer y las veces en que se le ha abandonado y dejado sola con su maternidad, por el pecado del aborto y de la contracepción a la que a veces es orillada.

10. Por la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de las familias haciéndolas consumistas y con falta de valores cristianos verdaderos.

11. Por el pecado del abandono de los hijos, del maltrato de ellos y de la falta de amor de los padres que no tienen la conciencia de ese gran regalo que Dios les da.

12. Por la desunión familiar existente y la falta de compromiso cristiano para transmitir a los hijos y la sociedad la alegría de ser hijos de Dios.

13. Por la lejanía que se ha dado entre las familias y el Pan de Vida Eterna.

11. CANTO: NADIE TE AMA COMO YO

12. ACCIÓN DE GRACIAS

Después de haber recibido el perdón del Señor, démosle gracias por su fidelidad y por el su amor manifestado en el don de nuestras familias.

Lector: "El deber de santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima es la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano... Volver a encontrar y profundizar tal relación es del todo necesario si se quiere comprender y vivir con mayor intensidad la gracia y las responsabilidades del matrimonio y de la familia cristiana. La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana." (Familiaris consortio, 57). "Coronamiento litúrgico del rito matrimonial es la Eucaristía -sacrificio del «cuerpo entregado» y de la «sangre derramada»-, que en el consentimiento de los esposos encuentra, de alguna manera, su expresión" (Carta a las Familias, 11).

13. Lectura Evangélica: (Lucas 1, 26-38 )

Celebrante: "Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.

Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo.

Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»

María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible.»

Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel. Palabra del Señor.
Todos: GLORIA A TÍ SEÑOR JESÚS

14. Reflexión .

El celebrante comenta brevemente el texto, insistiendo en la aceptación de la virgen al Plan de Dios, su docilidad y obediencia.

15. Acción de Gracias y pedido de suplicas: A cada intención repetimos: Gracias Señor por quedarte con nosotros.

1- Te damos gracias Señor por habernos permitido nacer en Tu familia , Iglesia a través del bautismo.

2- Por nuestros padres, que fueron dóciles a tu plan y aceptaron el desafío de construir una familia.

3- Por nuestros hijos, que son el reflejo de tu amor, y nos ayudan a crecer en la responsabilidad.

4- Añadir intenciones personales.

ORACIÓN DE LA FAMILIA

Señor Dios, Uno y Trino: Tú nos has reunido por tu amor formando nuestro hogar,
enséñanos a aceptarnos como somos, con nuestras cualidades y defectos;
que aceptemos tu voluntad todos los días de nuestras vidas.
Enséñanos a presentarte nuestros planes e ilusiones,
a pedir tu ayuda y ofrecerte nuestras alegrías y pesares;
que todos juntos encontremos el camino hacia Ti y te demos gracias por vivir unidos.
Ayúdanos para que nuestro hogar arda en amor hacia Ti y los demás;
que sea acogedor y reconfortante para todos los que vivan en él.
Que nuestra casa esté siempre abierta para todos los que quieran entrar en ella
y compartir nuestra alegría y nuestra amistad.
Te pedimos que, como miembros de tu Iglesia,
sepamos llevar tu mensaje de amor a todas las familias que nos rodean,
para que sean imagen de tu unión de amor en la Santísima Trinidad.
Tú que eres el Amor, bendice nuestro hogar.
Amén.

TALLER: SABADO 20 DE SETIEMBRE DE 2008

MARÍA EN LA LITURGIA

Liturgia es el conjunto de ritos prescriptos para la celebración del culto público. Es la ofrenda que le hacemos a Dios en su hijo Jesucristo, por Cristo con él y en él, en efecto, la Liturgia, mediante la cual se realiza la obra de nuestra Redención, sobre todo en el divino Sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la genuina naturaleza de la verdadera Iglesia. La sagrada Liturgia, en efecto, además de un rico contenido doctrinal, posee una incomparable eficacia pastoral y un reconocido valor de ejemplo para las otras formas de culto. La liturgia nos permite expresarnos a cada uno de los fieles participando de una manera viva, activa y consciente de lo que estamos celebrando, lo cual debe disponer todo nuestro ser para un encuentro verdadero con Dios y no quedarnos como muchas veces sucede en lo meramente exterior, como decía San Josemaría “como agua que moja la piedra pero no la penetra”. Y quien nos puede ayudar a saborear los distintos momentos de la liturgia, es la Santísima Virgen María, quien celebro la salvación desde el primer momento de la encarnación de nuestra salvación. Desde los orígenes, la Iglesia ha estado con­vencida de que la presencia de María en la vida de la Iglesia ha sido continua; ya las pri­meras comunidades cristianas nos cuentan cómo se saben reunidas con María cuando oran, escu­chan la Palabra de Dios y comparten la fracción del pan en nombre del Señor Jesús. Al disponernos a tratar del puesto que ocupa la Santísima Virgen en el culto cristiano, debemos dirigir previamente nuestra atención a la sagrada Liturgia; ella, en efecto, además de un rico contenido doctrinal, posee una incomparable eficacia pastoral y un reconocido valor de ejemplo para las otras formas que ha permitido incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo. Así, durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen, aparte la solemnidad del día 8 de diciembre, en que se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz prefacio de la Iglesia sin mancha ni arruga, sobre todos los días feriales del 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor. De este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelos y a prepararse, "vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza", para salir al encuentro del Salvador que viene. El tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de Aquella "cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador", en la solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia, al adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa: en la Epifanía del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen, verdadera Sede de la Sabiduría y verdadera Madre del Rey, y en la fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro de la octava de Navidad), escudriña venerante la vida santa que llevan la casa de Nazaret Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, María, su Madre, y José, el hombre justo. Para la solemnidad de la Encarnación del Verbo, celebran dicha solemnidad como memoria del "fiat" salvador del Verbo encarnado, que entrando en el mundo dijo: "He aquí que vengo (...) para cumplir, oh Dios, tu voluntad" como conmemoración del principio de la redención y de la indisoluble y esponsal unión de la naturaleza divina con la humana en la única persona del Verbo La solemnidad del 15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo: fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final. Recorriendo después los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos, como el tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de gracia, de la Maternidad divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del "templo del Espíritu Santo", de la cooperación a la obra del Hijo, de la santidad ejemplar, de la intercesión misericordiosa, de la Asunción al cielo, de la realeza maternal y algunos más- han sido recogidos en perfecta continuidad con el pasado, y cómo otros temas, nuevos en un cierto sentido, han sido introducidos en perfecta adherencia con el desarrollo teológico de nuestro tiempo. María es la "Virgen oyente", que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: "la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo" "Virgen orante" aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus "signos", confirme a sus discípulos en la fe en El. María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios La presencia actual de María en la liturgia católica ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada “Lumen Gentium” fechada el 21 de noviembre de 1964 que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen María , Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro lado la Exhortación Apostólica "Marialis Cultus" para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen , dada por el papa Pablo VI en Roma el 2 de febrero de 1974. En el año litúrgico: La Virgen no tiene ni puede tener un ciclo propio dentro del año cristiano. La SC, documento para la reforma de la Sagrada Liturgia del Vaticano II nos dice en el apartado 103: "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la Bienaventurada Madre de Dios. Cada día: se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística, que es el centro de la celebración, en algunos de los numerosos prefacios marianos establecidos para las fiestas de la Virgen. También se la recuerda en el Credo cuando lo hay ("y nació de santa María Virgen") y en el acto penitencial (si se escoge la fórmula del Yo confieso en la frase "por eso ruego a santa María, siempre Virgen"). Cada semana: en la memoria libre de Santa María en sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas de santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen. El fundamento de tal elección hay que buscarlo en la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece muerto, es el día en que la Fe y la Esperanza de la Iglesia estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. Tiene este día sus propias misas votibas. Tres solemnidades: María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, dos fiestas: Natividad y la Visitación, ocho memorias: Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, santa María Virgen Reina y la Presentación de Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el Inmaculado corazón de María, Nuestra Señora del Carmen y Nuestra Señora de la Merced como memorias libres.

Muchas Gracias P. Luis Brandan

COMO REZAR LA LITURGIA DE LAS HORAS

INVITATORIO

El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.

V. Señor, abre mis labios.

R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

A continuación se dice el salmo 94 (o bien el salmo 99, el 66 o el 23), en forma Responsorial con la antífona que le corresponda, según el Oficio del día. Sin. embargo, cuando el Invitatorio se antepone a las Laudes, puede omitirse, si se juzga oportuno, el salmo con su antífona y decirse únicamente el versículo Señor, ábreme los labios.

La antífona se dice antes de comenzar el salmo, e inmediatamente se repite; de nuevo se repite después de cada estrofa.
En el rezo individual, basta con decir la antífona al comienzo del salmo, y no es necesario repetirla después de cada estrofa.
La antífona para el Invitatorio, en el Triduo pascual, en las solemnidades y en las fiestas, se encuentra en el respectivo Propio o Común.
En las memorias de los santos, si no tienen antífona propia, puede elegirse o bien la antífona del Común o bien la de la feria
En el Oficio dominical y ferial del tiempo de Cuaresma, después del miércoles de Ceniza hasta el sábado de la semana V inclusive, se dice:
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

O bien:
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis nuestro corazón.»

Cuando se dice y se repite esta segunda antífona, la cuarta estrofa del salmo 94 sigue con las palabras: Como en Meribá.

En la Semana Santa, desde el domingo de Ramos hasta el Jueves Santo inclusive, se dice:

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

En el Oficio dominical y ferial del tiempo pascual, desde domingo de Pascua hasta el día de la solemnidad de la Ascensión del Señor exclusive, se dice:

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Durante los días entre la solemnidad de la Ascensión de Señor y el domingo de Pentecostés, se dice:

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.

HIMNO

A continuación se dice el himno que corresponda al Oficio del día

En el Oficio dominical y ferial, se dice el himno que se indica al principio de cada uno de los tiempos.

En el Triduo pascual, en las solemnidades y en las fiestas, el himno se toma del respectivo Propio o Común.

En las memorias de los santos, si no tienen himno propio, pede elegirse o bien el himno del Común o bien el de la feria.

SALMODIA

Terminado el himno, sigue la salmodia, que consta de un Salmo matutino, de un cántico del antiguo Testamento y de un Salmo de alabanza, que se dicen con sus respectivas antífonas.

En los días de la Octava de Pascua, en las solemnidades y en las fiestas, los salmos y el cántico se toman del domingo de la semana I del Salterio; las antífonas son del Propio o del Común

En el Oficio dominical y ferial, los salmos y el cántico, con sus antífonas, se toman de la semana correspondiente del Salterio. Los domingos de Cuaresma y Pascua y las ferias de Semana Santa y del tiempo pascual tienen antífonas propias, que se indican en el mismo Salterio.

En las memorias de los santos, si no tienen antífonas o salmos propios, los salmos y el cántico, con sus antífonas, se toman de la semana correspondiente del Salterio.

Después de la salmodia, se hace una lectura, breve o larga, la palabra de Dios.

LECTURA BREVE

En el Oficio dominical y ferial, la lectura breve se encuentra el Propio del tiempo.

En las solemnidades y en las fiestas, la lectura breve se encuentra en el Propio o en el Común respectivo.

En las memorias de los santos si no tienen lectura breve propia, puede elegirse o bien la del Común o bien la de la feria.

LECTURA LARGA

Si se prefiere, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, en lugar de la lectura breve se puede elegir una lectura mas larga de la palabra de Dios, según se indica en el nº 46 de la Ordenación General de la Liturgia de las Horas. Esta lectura, en la celebración con el pueblo, puede ir seguida de la correspondiente homilía.

RESPUESTA A LA PALABRA DE DIOS

Después de la lectura o de la homilía, si se juzga oportuno, puede dejarse un breve espacio de silencio para contemplar la palabra de Dios.

Después de este espacio de silencio, o bien inmediatamente después de la lectura, puede decirse el responsorio breve, que se encuentra siempre después de la lectura.

En vez del responsorio, puede usarse también cualquier otro canto apropiado y debidamente aprobado por la Conferencia Episcopal.
CÁNTICO EVANGÉLICO

A continuación se dice el siguiente cántico evangélico con la antífona correspondiente.

En el Oficio dominical y ferial, la antífona se toma del propio del tiempo.

En las celebraciones de los santos, si no tienen antífona propia, la antífona se toma del Común; pero si se trata de una memoria, la antífona puede elegirse o bien del Común o bien de la feria

PRECES PARA CONSAGRAR A DIOS EL DIA Y EL TRABAJO

Terminado el cántico, se recitan las preces.

En el oficio dominical y ferial, las preces se toman del propio del tiempo.

En las solemnidades y en las fiestas, se toman del Propio o del Común.

En las memorias de los santos, si no tienen preces propias éstas pueden elegirse o bien del Común o bien de la feria.

ORACIÓN DOMINICAL

Después de la preces, todos recitan la oración dominical

Padre nuestro, que estas...

ORACIÓN CONCLUSIVA

La oración conclusiva se encuentra en el Propio correspondiente

CONCLUSIÓN

Se concluyen laudes con la formula siguiente

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén







FORMACION I: EUCARISTIA, MISTERIO DE COMUNION

LA EUCARISTÍA, MISTERIO DE COMUNION

Joan Maria Canals, fcm

En la liturgia, por Comunión se entiende el acto de recibir e ingerir el pan y el vino eucarísticos. Hoy, la palabra comunión abarca un abanico de múltiples significados. En la eucaristía la comunión no se reduce únicamente al hecho de comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo, sino que toda celebración es una comunión. Hace años la consagración y la comunión constituían el centro de la devoción eucarística popular sin importar el resto de la celebración. Hoy la consagración y la comunión forman parte integrante de un contexto celebrativo y la comunión constituye un momento dentro de toda la acción litúrgica

Por otro lado, se llama rito de comunión a una parte de la eucaristía que corresponde al gesto realizado por Jesús en su última cena pascual, cuando, sentado en la mesa y rodeado de sus apóstoles, tomó el pan en sus santas manos, lo partió y lo dio a sus amigos y tomando la copa de vino se la dio a beber.

La participación en la Eucaristía no se reduce únicamente al acto de comulgar, sino a toda la celebración. El fiel. Cristiano, desde que llega a la iglesia, se une a los hermanos, comparte la misma fe y crea unos lazos de comunión con todos los que forman la asamblea litúrgica. Refuerza la comunión cuando escucha y responde a la palabra de Dios, cuando hace memoria agradecida de la historia de la salvación y cuando comulga el cuerpo y la sangre de Cristo.

Un relato bíblico

El profeta Elías, por mandato del señor Yahvé, sé dirigió a Sarepta de Sidón. Cuando entraba en la ciudad encontró a una viuda que recogía leña. La llamo y le dijo: “Tráeme, por favor, un poco de agua para que pueda beber”. Cuando ella iba a traérsela, le gritó: “Tráeme por favor, un bocado de pan en tu mano”. Ella le replicó: “Por el señor, tu Dios, no tengo pan; me queda un puñado de harina y un poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo leña para hacer un pan para mí y mi hijo, lo comeremos y moriremos”. Respondió el profeta: “No tengas miedo, haz primero una torta para mí y traérmela y, luego, la harás para ti y para tu hijo. Pues el señor dice: “La harina y el aceite no se terminarán hasta que el Señor concédala lluvia sobre la tierra”. La viuda hizo lo que le mandó el hombre de Dios y no faltó ni la harina ni el aceite según la palabra que el Señor había pronunciado por Elías” (1Re 17,10-16)

La viuda y el hijo se preparaban a comer el último pan, como si fuera la comida de dos condenados a muerte. Elías pide que lo comparta primero con él, y él ofrece en cambio un oráculo divino. En este caso, ¿quería, Elías, acelerar la muerte o prolongar la vida? La viuda escucha las palabras del profeta y confía y comparte el único y último pan que le quedaba. Esta viuda, como la viuda del templo, compartió lo que necesitaba para vivir.

Ejemplo supremo de compartir y de confiar en la palabra del profeta. La viuda comparte el único pan que le quedaba para sobrevivir ella y su hijo. Y los tres comparten y confían plenamente en la palabra del Señor. La viuda y el profeta han establecido una comunión, confían en la palabra divina y comparten el pan y aceite.

La narración del profeta Elías nos lleva al profeta Jesús. En su última cena comparte con sus discípulos el pan, el cordero y las hierbas amargas, según la tradición judaica; comparte el memorial de la historia del pueblo de Dios, las oraciones rituales de acción de gracias y de súplica y da su cuerpo y su sangre para la salvación de muchos, estableciendo una nueva Alianza.

Reunión, compartir y comunión.
Nuestra época se caracteriza por las reuniones a distintos niveles: laborales, políticas, sociales, familiares, amigables, etc. Reunirse constituye el pan nuestro de cada día. Padecemos una verdadera inflación de reuniones. La reunión es un encuentro de personas que conversan de cuestiones sobre la marcha de trabajo; se intercambian noticias; recuerdan el pasado y expresan sus proyectos, o simplemente se reúnen para pasar el tiempo con sus amigos. Las personas reunidas establecen entre sí una comunión y comparten sus pensamientos y sentimientos. Compartir es dar al otro una parte de lo mío, algo que me pertenece; es repartir entre varias personas un bien.

Aunque nos reunimos con frecuencia y nuestra sociedad de hoy habla de comunicación, convivencia y solidaridad, el hombre y la mujer experimentan soledad, aislamiento y anonimato. Realizamos esfuerzos y trabajamos conjuntamente; comulgamos en progresos y consumo; pero el ser humano con excesiva frecuencia se sienta dividido y solo. Buscamos la solidaridad y encontramos intereses individualistas o partidistas; deseamos la comunión y fabricamos la división.

Los cristianos se reúnen en asamblea litúrgica: no es una novedad de hoy. Desde hace dos mil años, los bautizados se reúnen para celebrar el misterio pascual de Cristo. A partir del Vaticano II la asamblea ha cambiado su carácter y estilo, su forma de estar y participar. No es un conglomerado de individuos, sino una comunidad. En la celebración se refuerzan los lazos de una misma fe, esperanza y caridad; se crea comunión entre todos los participantes; se oran unas mismas oraciones y se piden unas mismas intenciones; se escucha la misma palabra de Dios; se alaba y se da gracias a Dios Padre por el misterio de su Hijo; se parte y comparte el pan eucarístico y se construye un mundo mejor fundamentado en el amor, la justicia y la paz.

El que participa en la Eucaristía debe estar dispuesto a crear y vivir la comunión entre los hermanos de una misma fe. La comunión rompe las barreras que dividen, los egoísmos que nos separan, las injusticias que nos oprimen. Crear comunión significa no solamente orar por el perdón, o tender la mano en signo de paz, sino estar dispuesto a recibir y dar efectivamente el perdón, comprometiéndose con todas las fuerzas a construir la unidad y la paz. La mejor manera de prepararse a comulgar en el cuerpo y la sangre de Cristo es crear comunión. La participación en la celebración litúrgica es el requisito esencial para suscitar comunión.

Quien crea comunión en la Eucaristía expresa, actualiza y realiza la unidad del cuerpo místico. El Cristiano, cuando es portador de comunión, sale de su egoísmo y de su individualismo con voluntad de edificar la unidad eclesial. Nada más extraño y contradictorio con la comunión, que la permanencia en la división y no querer tender la mano al otro.

Además, la comunión sacramental por excelencia es el signo más expresivo de la unión de los diversos miembros entre sí por la unión de todos en Cristo. Lo que se anuncia en la plegaria eucarística y en el gesto de no se ordena solamente en convertir unos dones materiales en el cuerpo y la sangre de Cristo. Comulgar, no solo es unirse en el mismo pan y vino del sacrificio, es dejarse unir por aquel que sigue ofreciéndose en sacrificio. Por la comunión nos unimos todos con Cristo y Cristo con todos. Cuando la comunión es verdadero acto se convierte en la unión de la comunidad eclesial con Cristo. Por tanto, en la eucaristía no sólo se comulga con Cristo , se comulga también con la iglesia, siendo la comunión el máximo signo de pertenencia a la Iglesia.

Quien come el pan eucarístico no está solo, permanece en Cristo y Cristo permanece en él . La comunión eucarística es el medio y la forma más sublime de estar y de ser con los demás y con Cristo. Ningún medio puede igualarse a la comunión para superar la división, la soledad, el egoísmo, el anonimato. Unirnos a Cristo por la comunión eucarística es la respuesta a la división, a la soledad, al individualismo del hombre.

Comulgar bajo los signos de la presencia de Cristo
Uno de los objetivos fundamentales de la reforma litúrgica del Vaticano II ha sido favorecer y potenciar la participación de los fieles en los actos litúrgicos. En la pastoral litúrgica se repiten con frecuencia dos palabras, como palabras –guías: participación y compartir. Participar no consiste en asistir solamente al acto o escuchar pasivamente las lecturas y las oraciones, ni observar mecánicamente las posturas o los ritos, ni permanecer en el devocionalismo individual o en comulgar únicamente el cuerpo y la sangre de Cristo, sino en suscitar comunión con el Señor presente realmente en asamblea, en la palabra y en el sacramento, que es el culmen de todas las otras comuniones.

Compartir en la celebración litúrgica no consciente en crear compañerismo sociológico o conmemorar acontecimientos sociales o políticos, familia res o personales, sino en crear comunión con los hermanos desde la fe; saber rezar unidos las mismas oraciones, escuchar y responder a la palabra de Dios; contagiarse en las mismas actitudes hacer memoria agradecida actualizando el misterio pascual de Cristo. No se comulga únicamente bajo el signo de pan y vino.
La comunidad convocada y reunida en el hombre del Señor, es signo de la presencia del señor, es signo de la presencia del Señor. “Donde dos o más sé reunión en mi nombre, dice el Señor, allí estoy presente”. El cristiano, desde el momento que se incorpora a la asamblea, se une con el Señor resucitado presente en la asamblea litúrgica. Quien comulga con el Señor presente, comulga también con los hermanos creyentes que forman la asamblea. La comunión con Cristo presente en la asamblea lleva consigo la comunión con los hermanos.
El Señor congrega a hombres y mujeres de todo color, raza y nación; reúne a los lejanos y cercanos, a los pobres y ricos, los constituye en una comunidad creyente y los invita a participar como comensales en su misma mesa.
Cristo Resucitado se hace presente en la asamblea, la crea y la configura sin cesar como cuerpo. La Eucaristía no se ordena solamente en convertir unos dones materiales en el cuerpo y en la sangre de Cristo, sino en que también nosotros formemos un cuerpo, cuya cabeza es de Cristo, presente bajo el signo de asamblea. Formamos un solo cuerpo, porque participamos del único pan, que es el cuerpo de Cristo ((1 Co 10, 16 – 17). Cristo, al hacerse presente en la asamblea, y siendo verdadera Cabeza de la misma, se une con todos y con cada unos de los miembros, constituyendo el Cuerpo total. Existe entonces una comunión con Cristo y en él con los demás miembros de la asamblea.
Formar parte integrante de la asamblea no consiste solamente en reunirse en un determinado lugar y ser número más de los asistentes. Consiste principalmente en suscitar comunión entre todos los miembros hasta formar un solo corazón y una sola alma. Estar dispuesto a derribar las barreras y los obstáculos que impiden la comunión; eliminar lo que separa y contribuir positivamente a mejorar la calidad de la participación.
Se comulga también con la Palabra, signo de la presencia del que es el Verbo, la Sabiduría de Dios. La Eucaristía contiene la dimensión de banquete, pero no se reduce a un banquete únicamente a un banquete en el que se come y se bebe el cuerpo y la sangre de Cristo, sino que se participa en el banquete de la Sabiduría. El sabio, generalmente el anciano, es el que habla en la mesa y los comensales escuchan su sabiduría. De esta forma, el banquete eucarístico se convierte en un lugar en el que Dios eterno revela su saber y se comunica con el hombre.
Todos están invitados al banquete de la sabiduría. Jesucristo es la verdadera sabiduría de Dios y en él se hallan escondidos todos los tesoros eternos. Quien se sienta en la mesa de Cristo, no solamente comparte el pan eucarístico, sino también el pan de su Palabra. Sus palabras enseñan el camino verdadero; desenmascaran el pecado del hombre; otorgan el perdón gratuito; reconcilian y salvan; son palabras iluminadoras y alentadoras, creadoras de esperanza y prometedoras de caridad.
La Palabra divina es única en la voz del lector y, sin embargo, se reparte sin dividirse y llega a todos igualmente. Toda la asamblea escucha, medita y responde. Todos los fieles creen en la misma Palabra y cada uno la recibe según sus propias capacidades y necesidades; ni sobra a uno ni falta al otro. Cuando se comparte la misma mesa se comparte también la palabra. Cuando conversamos nos hacemos presentes en los que nos escuchan; del mismo modo, cuando Dios nos dirige su Palabra se hace presente entre nosotros. Su palabra es escuchada, asimilada y convertida por todos. De esta forma la Palabra une a todos los que la escuchan y suscita comunión entre ellos.
Se suscita también comunión cuando se ora y se canta; cuando se observan posturas uniformes; cuando se pide perdón y se perdona, cuando se hace memoria y se da gracias; cundo se suplica y se ofrece; cuando se alaba y se bendice a Dios. Los gestos y las palabras, los signos y los símbolos, son instrumentos portadores de comunión entre los participantes y estos con Cristo. La Eucaristía es una misteriosa común.

Comulgar bajo el signo de pan y vino
La celebración eucarística es un convite pascual y, según el encargo de Señor, conviene que su cuerpo y su sangre sean recibidos por los fieles como alimento espiritual.
Jesús se reúne con sus apóstoles en el Cenáculo para compartir con ellos su última cena. Les da a comer el pan convertido en su Cuerpo y les da a beber la copa de su propia Sangre. Ellos son los le han seguido desde que fueron llamado por él; los que le han acompañado por los caminos y pueblos de Israel; los que han escuchado sus enseñanzas y parábolas; los que han visto sus milagros; los que han compartido el mismo pan y la misma mesa; los que han experimentado su cercanía y comprensión.
El comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo significa haber contemplado su rostro en los hermanos; haber escuchado y meditado sus palabras; haber compartido su vida y en evangelio; haber experimentado su presencia en el quehacer de cada día. El comulgar no es un acto aislado en la vida cotidiana, sino una actitud permanente que revitaliza todo el ser y el hacer del cristiano. Comulgar con Cristo significa reforzar con él todo tipo de comunión. Es necesario recibir el pan eucarístico para compartir con los pobres el pan material y beber el cáliz de la salvación para compartir el cáliz de la vida con los hermanos que sufren y mueren.
Comulgar no sólo es unirse en el pan y vino del sacrificio, es dejarse unir por aquel que sigue ofreciéndose en sacrificio. La ofrenda del sacrificio y la comunión en el sacrificio son dos aspectos inseparables del mismo misterio pascual. La comunión es la participación plena en el sacrificio, ya que el sacrificio fue instituido en forma de comida. Quien come el pan eucarístico puede decir que participa plenamente en el sacrificio.
La comunión es por excelencia el signo más expresivo de la unión con Cristo y en él con los hermanos. La comunión con Cristo realiza la comunión con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por lo tanto, en la Eucaristía no sólo se comulga el cuerpo de Cristo, se comulga también con la Iglesia, siendo la comunión el máximo signo de pertenencia a la Iglesia. Como de los diversos granos de trigo se forma un solo pan y de muchas uvas se destila un solo vino, así también se forma la única Iglesia con hombres y mujeres venidos de todas las partes del mundo. La eucaristía aparece como el gran sacramento de la unidad y de la universidad de la Iglesia. No es suficiente, por tanto, recibir el cuerpo de Cristo: es necesario ser miembro de su cuerpo: la Iglesia. Por eso la eucaristía es creadora de Iglesia, de tal modo que no hay comunión eucarística que no sea a la vez forjadora de comunión eclesial.
La participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos, afirma san León Magno. Es la misma petición de la epíclesis de comunión de la tercera plegaria eucarística cuando dice: “fortalecidos con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”. El cuarto evangelio (cf. Jn 6, 56; 15, 4-5) habla de que no basta con que Jesús permanezca en nosotros, sino que nosotros permanezcamos en él, como el sarmiento a la vid. Quien come el pan eucarístico permanece en Cristo y Cristo permanece en él. Quien comulga no se une a Cristo sólo de un modo moral o espiritual, sino también de una manera real por el pan y el vino consagrados y está unido a Cristo, y en Cristo se une también a todos aquellos que están unidos a él.
Además, Jesús en su última cena ordenó a sus discípulos: “Haced esto en memoria mía”. La Iglesia desde entonces, celebrando la eucaristía, hace memoria del misterio pascual de Cristo. Quien celebra su memoria, llega a ser memoria viva del Señor y prolonga en el tiempo su historia, su misterio pascual y su salvación.
La eucaristía es portadora de comunión y forjadora de fraternidad cristiana. No existe verdadera comunión entre hermanos si no existe el perdón y reconciliación. La comunión en el Cuerpo de Cristo obliga a romper todo aquello que divide, destruye y oprime; quebranta egoísmos, destierra odios y envidias, y domina las injusticias. La permanencia en la división es destruir la unidad y la comunión. La mejor manera de prepararse para comulgar el Cuerpo de Cristo es ser portador y creador de comunión con los hermanos. La comunión fraternal es el requisito previo para la comunión sacramental y la comunión sacramental es el requisito necesario para la comunión fraternal.

Formas rituales de comulgar

La comunión en la mano o en la boca
La comunión en la mano no es una novedad sino la recuperación de una antigua tradición. La comunidad cristiana ha comulgado durante muchos siglos en la mano como lo atestiguan los documentos. Cuando cambió la sensibilidad del pueblo cristiano respecto a la eucaristía, cambió también el modo de comulgar. Los concilios regionales establecieron normas y Roma hacia el siglo X introdujo la modalidad de recibir la comunión en la boca.
Los dos modos de recibir el Cuerpo del Señor, a saber en la boca o en la mano, expresan igualmente respeto al misterio eucarístico. Quien comulga decide personalmente por una modalidad u otra. Quien distribuye la comunión debe respetar la decisión del comulgante y no puede imponer sus criterios, gustos o preferencias. Así lo expresa con toda claridad la tercera edición típica de la Institución general del Misal Romano.
Se comulga en la mano teniéndola abierta como signo de humildad y pobreza, de acogida y disponibilidad. Se comulga teniendo las dos manos abiertas: la izquierda, recibiendo, y la derecha apoyando primero a la izquierda y, luego, tomando personalmente el cuerpo del Señor y, habiendo confesado la fe con el Amén, se comulga allí mismo. Las dos manos, signo de respeto y de acogida, se convierten como en un trono, según san Cirilo, o una prolongación del altar en donde se deposita el don eucarístico.
No es lo mismo tomar la forma consagrada con la mano que recibirla del ministro. Recibir el cuerpo de Cristo expresa la mediación de la Iglesia. Los sacramentos nunca se toman, se reciben con fe y devoción. Los fieles al comulgar nunca deben tomar la forma consagrada de la mano del ministro ni mucho menos servirse directamente de la patena colocada sobre el altar como si fuera un self-service. ¿Acaso en el bautismo de un adulto, se le deja que él mismo tome agua y la derrame sobre su cabeza, o en la confirmación, el obispo deja sobre el altar la crismera para que los confirmandos se signen ellos mismos con el santo crisma?
A veces se arman batallas campales a favor de un modo u otro de comulgar y en la refriega se olvida el sentido profundo del acto de la comunión. Se comulga el cuerpo y la sangre de Cristo, centro de la unidad cristiana, pero a veces el mismo acto de la comunión se convierte en división o imposición, creando desunión en el acto supremo de la unidad. Esta actitud refleja o es signo de no haber experimentado vivamente las comuniones precedentes y de preferir más una opinión particular por encima del sentido de la comunión.

La comunión bajo las dos especies
La comunión bajo las dos especies no constituye una novedad del Concilio Vaticano II. Tiene su historia, su teología y su práctica.
Según la documentación histórica se puede decir que durante los once primeros siglos los fieles han comulgado bajo las dos especies. Práctica empleada todavía hoy en las liturgias de Oriente. A finales del siglo XII comienza a prevalecer el uso de la comunión sólo bajo la especie del pan. El desuso de comulgar del cáliz provino por el orden práctico y por motivos de reverencia hacia el sacramento eucarístico. En el siglo XVI existen indicios de que los seglares comulgan todavía en el cáliz. El concilio de Trento en la sesión XXI (1562) zanjó la cuestión cuando aseguró la legitimidad del uso de la comunión con una sola especie. Durante cuatro siglos en la Iglesia católica latina se ha interrumpido la tradición de comulgar bajo la doble especie. El concilio Vaticano II lo ha restaurado.
Una vez restaurada la tradición, en un primer momento se restringió la comunión bajo las dos especies a unos casos muy limitados; luego, se amplió y hoy la nueva edición típica de la Institutio general del Misal Romano lo permite en los casos expuestos en los libros rituales, y además indica que el obispo diocesano puede establecer normas para su diócesis y se concede al mismo obispo la facultad de permitir cada vez que al sacerdote celebrante le parezca oportuno, con tal de que los fieles hayan sido instruidos y se excluya todo el peligro de profanación del Sacramento.
La práctica de la comunión bajo las dos especies, por lo general, no suscita un interés en la pastoral litúrgica, fuera de algún grupo particular. Con motivo de la publicación oficial de la tercera edición típica de la Institutio es necesario informar y formar a las comunidades cristianas para que conozcan y valoren su significado.
La comunión bajo las dos especies significa la participación más plena en el cuerpo y la sangre de Cristo, pues las palabras de la consagración nos recuerdan que el Señor tomando el pan, dijo: tomad y comed y, luego: tomad y bebed todos de él. Este modo de comulgar expresa más claramente que la comunión es participación del sacrifico de Cristo inmolado, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada para el perdón de los pecados de todos los hombres. Además, la participación del cáliz significa más perfectamente la alegría escatológica que acompaña a la venida del reino de Dios cuando en aquel día el Señor beberá con nosotros el vino de las bodas eternas (cf. Lc 22, 18; Jn 2, 1-11).
La comunión bajo las dos especies ha sido un precioso don que el Vaticano II ha regalado otra vez a la Iglesia latina. No se puede adoptar una actitud de indiferencia o de apatía. En la pastoral es conveniente encontrar la forma más apta de las prescritas en la normativa litúrgica, guardando siempre el mayor respeto y veneración a cada una de las dos especies que nos unen más significativamente a Cristo.

La comunión sacramental en casos especiales

La primera eucaristía participada plenamente
En la antigüedad patrística la eucaristía bautismal revestía una gran solemnidad y un significado especial. Era la culminación del proceso de la iniciación cristiana. Los recién bautizados y confirmados participaban por primera vez en la eucaristía en compañía de toda la comunidad cristiana, de esta forma entraban simbólicamente en la tierra prometida, en la nueva tierra eucarística.

Hoy la eucaristía de la indicación ha perdido aquel sabor patrístico y se ha convertido entre nosotros en una realidad muy desfigurada. Hasta el mismo lenguaje es significativo, se habla de la primera comunión y no de la primera eucaristía o eucaristía iniciática o la primera eucaristía participada plenamente. La expresión “primera comunión” pone de relieve solamente una parte de toda la celebración. Su acentúa únicamente el acto de comulgar, el recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, y no se tienen en cuenta las otras comuniones que preceden y preparan la comunión sacramental. El uso de la locución: “primera comunión” refleja una visión miope de la eucarística, manifiesta poca formación litúrgica y expresa un lenguaje de una etapa de la historia.

La situación actual de las primeras comuniones ofrece un panorama con sus luces y sombras, y quizá con más sombras que luces. Se habla de primera y última comunión, e incluso en el lenguaje secularizado se celebran primeras comuniones civiles. Muchas primeras comuniones se convierten en un acto aislado que comienza y termina en un mismo día, sin segundas y sucesivas comuniones. Esta realidad puede descorazonar a sacerdotes y catequistas. La celebración eucarística se convierte en un acontecimiento humano-social y en un espectáculo religioso.

En la pastoral actual no se puede aislar ni separar la eucaristía del proceso de la iniciación cristiana. La eucaristía iniciática tiene relación directa con el bautismo y la confirmación y se le ha de considerar dentro de lo que es y significa la iniciación cristiana.

La iniciación de los niños a la eucaristía, celebración culminante del proceso de la iniciación cristiana, es tarea no fácil que exige muchos esfuerzos pastorales por parte de sacerdotes y catequistas, padres y padrinos. La iniciación consiste en introducirlos en una fuerte experiencia espiritual de comunión con Cristo. El proceso de la verdadera iniciación va mucho más allá de la pura explicación catequética. Iniciar es capacitar para celebrar y formar parte de la comunidad; para escuchar la Palabra de Dios y orar y dar gracias juntos; para comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo y proyectar la eucaristía en la vida cotidiana del iniciado.

La principal tarea pastoral con los niños consiste en introducirlos en la dinámica de la eucaristía, superando la mera información o explicación. Se empieza por inculcar a los niños los valores humanos que están en la base de la eucaristía, como el sentido comunitario de la reunión, la capacidad de escucha y de silencio, la necesidad de agradecer los dones recibidos, el gesto del perdón, la exigencia de la comida fraterna, etc. No importan tanto las palabras concretas o los conceptos teológicos, sino las actitudes interiores reflejadas en las exteriores. La pastoral que infantiliza la eucaristía no educa para el mañana. A los niños no se les prepara solamente para comulgar, sino para que participen en toda la celebración. La catequesis debe orientar a los niños para que vivan y comprendan, según su capacidad y edad, el sentido de la comunión con Cristo. Se trata de que los niños lleguen a tener la experiencia del misterio eucarístico.

En la pastoral de la primera eucaristía participada plenamente por los niños téngase en cuenta que ellos no son los protagonistas, pues uno sólo es el protagonista de la celebración. No se convierta el acto litúrgico en un espectáculo religioso. Los niños en esta celebración no pueden ejercer algunas de las funciones litúrgicas, como la del lector, por no estar plenamente iniciados. Esta eucaristía significa para el niño el comienzo de una etapa de verdadero crecimiento en la fe, esperanza y caridad y de un compromiso progresivo de encarnar en su vida las actitudes evangélicas.

Los enfermos celíacos
Los enfermos celíacos son aquellas personas que no toleran el gluten, que es una proteína que se encuentra en el trigo, cebada, centeno, avena, etc. Se trata de una enfermedad crónica intestinal. Estos enfermos deben observar una dieta estricta sin gluten, hasta que la ciencia pueda ofrecerles alguna solución o medicina para su enfermedad. Se ven privados de todo alimento que contenga de una forma u otra gluten, aunque sea en mínima cantidad: en caso contrario, sufren trastornos importantes en su salud.

Esta enfermedad afecta lógicamente a la vida eucarística de los celíacos. No pueden comulgar con las formas consagradas por contener gluten. Tal situación reclama una sensibilidad pastoral para que no puedan sentirse privados de la plena participación eucarística.

Los sacerdotes y ministros de la eucaristía deben conocer la existencia de esta enfermedad, saber sus características y sus consecuencias para poder desarrollar una pastoral de acogida y de comprensión, de modo que se les facilite todas las posibilidades para que puedan comulgar en la celebración eucarística. Los niños que sufren esta enfermedad merecen una atención especial, sobre todo los que se preparan a participar por primera vez en la eucaristía.

Cuando en la comunidad cristiana exista algún caso de dicha enfermedad es necesaria una catequesis sobre su existencia y sus efectos. En la catequesis se indicará que los afectados no pueden comulgar según el modo habitual para que no cause extrañeza a la asamblea litúrgica.

Ningún sacerdote o ministro de la Eucaristía rechace a un celíaco sin buscar pastoralmente una solución, la más apta para que pueda participar plenamente en el sacramento, teniendo siempre en cuenta que la materia sea válida para el sacramento según la normativa establecida por la Iglesia.

Se facilitará a los celíacos que puedan comulgar bebiendo únicamente del cáliz. En algunos casos se precisará otro cáliz porque hay enfermos que no toleran alimento o bebida alguna que haya tenido algún contacto con el gluten. Es el caso de la conmixtión por el que se introduce un fragmento de la forma consagrada en el cáliz.

Por el contrario, hay otros enfermos que pueden tomar alimentos con la mínima cantidad de gluten. Para estos casos existe la posibilidad de comulgar con formas con el mínimo de gluten que se requiere para la validez del sacramento.

A los enfermos celíacos no se les puede privar de la Comunión y se buscarán todos los medios para que puedan participar plenamente en la eucaristía.

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Conclusión
La catequesis debe enseñar cómo participar en la eucaristía desde la clave de comunión. El fiel cristiano que vive profundamente el sentido de comunión mientras participa en la eucaristía, se prepara para el momento culminante de la comunión que es el acto de comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo. Por el contrario, quien celebra sin unirse a Cristo presente en los signos visibles de la asamblea y palabra, comulgará el cuerpo y la sangre de Cristo desde una perspectiva individualista.

FORMACION II: CELEBRAR LA LITURGIA

¿QUÉ NOS ENSEÑA EL CATECISMO SOBRE LITURGIA?

Artículo 1
CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA


I ¿QUIEN CELEBRA?

1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la celebran, más allá de los signos, participan ya de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.

La celebración de la Liturgia celestial

1137 El Apocalipsis de san Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4, 2): "el Señor Dios" (Is 6, 1). (1) Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5, 6): (2) Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero, (3) el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado". (4) Y por último, revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22, 1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo. (5)

1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias celestiales, (6) toda la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil), (7) en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios" (Ap 6, 9-11), y la Santísima Madre de Dios (La mujer, la Esposa del Cordero), (8) finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9).

1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos.

Los celebrantes de la liturgia sacramental

1140 Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es 'sacramento de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual". (9) Por eso también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada". (10)

1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales". (11) Este "sacerdocio común" es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros: (12)

La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual el pueblo cristiano"linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2, 9), (13) tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo. (14)

1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia. (15) El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.

1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio litúrgico". (16)

1144 Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas". (17)

II ¿COMO CELEBRAR?

Signos y símbolos

1145 Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.

1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador. (18) La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.


Notas:1- Cf Ez 1, 26-28. 2- Cf Jn 1, 29. 3- Cf Hb 4, 14-15; 10, 19-21. 4- Liturgia de san Juan Crisóstomo, Anáfora. 5- Cf Jn 4, 10-14; Ap 21, 6. 6- Cf Ap 4-5; Is 6, 2-3.7- Cf Ap 7, 1-8; 14, 1. 8- Cf Ap 12 y Ap 21, 9.9- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 26.10- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 27. 11- Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10.12- Cf Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10; 34; Id., Presbyterorum ordinis, 2. 13- Cf 1 P 2, 4-5. 14- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 14.15- Cf Concilio Vaticano II, Presbyterorum ordinis, 2 y 15.16- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 29.17- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 28.18- Cf Sb 13, 1; Rm 1, 19-20; Hch 14, 17.

FORMACION III: TEMPLO - ALTAR - VESTIDURAS - COLORES.

Elementos Materiales de la Liturgia

El Templo, el Altar, vestiduras del Papa, obispos y sacerdotes, colores litúrgicos

Los elementos materiales de la liturgia son los siguientes:

a) El Templo
El templo está consagrado para el culto a Dios. Es verdad que Dios está presente en todas partes, pero quiere tener un lugar visible de su presencia en este mundo. Y esto es el templo, la casa de Dios, que más comúnmente llamamos “iglesia”. Por eso, siempre que vemos una iglesia, nos acordamos de que Dios está presente en el mundo y hacemos la señal de la cruz. El templo o iglesia es también la casa del pueblo de Dios, reunido para escuchar la Palabra de Dios, para rezar, para fraternizar como hijos de Dios.
Al inicio, los primeros cristianos daban culto a Dios en casas particulares (casas romanas de dos pisos). Lo requería la discreción y la prudencia, pues los emperadores romanos impedían todo culto público.
Fue Constantino en año 313 d.C. el que permitió el culto público y lo revistió de solemnidad y magnificencia. Y fue él, el que mandó construir las basílicas, que eran edificios muy grandes, en un inicio dedicadas al rey o emperador, y después ofrecidas a Dios, el Rey de reyes.

Durante siglos se han ido construyendo diversos tipos de templos dedicados a Dios:

· Basílica: la basílicas mayores son siete y están en Roma; las menores, por todo el mundo, y ha sido el papa quien ha querido honrarlas con ese título.

· Catedral: donde tiene la sede o cátedra el obispo.

· Iglesia abacial: donde tiene su sede un abad mitrado.

· Iglesias parroquiales: para atender espiritualmente a un grupo de fieles y a cargo del párroco y sus colaboradores sacerdotes, en una localidad o territorio delimitado.

· Iglesia conventual: que pertenece a comunidades religiosas.

· Capillas, oratorios públicos, semipúblicos o privados.

b) Los lugares anexos al templo

· Las capillas laterales: son como otras tantas pequeñas iglesias dentro de la principal. Responden al deseo de dar culto a santos locales y universales de mayor devoción.

· Bautisterio: hoy el bautisterio ha cedido su lugar a la pila bautismal. Está colocado en los pórticos de las grandes basílicas o muy contiguos a ellas.

· Sacristía: lugar sagrado para guardar los ornamentos y vestiduras sagradas, cálices, y objetos del culto. Con frecuencia se encuentra dentro de la sacristía el relicario, o capilla donde se custodia y expone el tesoro de las reliquias de santos y vasos de orfebrería.

· Torres y campanarios: que indican la presencia de Dios en ese lugar. Las flechas de los campanarios rematan, las más de las veces, con una cruz, una veleta o un gallo. La cruz proclama el signo de Cristo; la veleta recuerda los vaivenes de la fama y lo efímero de la vida; y el gallo es símbolo de la vigilancia.

· La cripta: los primeros cristianos la usaban como sepulcro para sus santos mártires y para sitio de reunión en el día del aniversario de su martirio. Con el tiempo, cada cripta sepulcral se convirtió en una pequeña capilla sobre la que se erigieron luego otras iglesias superiores, haciendo coincidir los altares de ambas.

Ahora veamos el mobiliario litúrgico del templo es decir, el conjunto de muebles que adornan o completan el templo.

· Pila de agua bendita: lo primero que se encuentra, al entrar en una iglesia, es una o dos pilas de agua bendita. Es un símbolo: purificarnos antes de comenzar una acción litúrgica en el templo sagrado. Esta agua bendita es un sacramental, que debemos aprovechar con devoción, fe y reverencia.

· Pila bautismal: los antiguos bautisterios han quedado hoy reducidos a una pila de piedra o de mármol, más o menos grande y artística. Se la coloca en un ángulo de la Iglesia contigua al cancel, también en una capilla separada por una verja. Hoy se tiende a emplazarlas en el presbiterio. A todo buen cristiano debe inspirar agradecida devoción la pila, donde fue espiritualmente regenerado y hecho hijo adoptivo de Dios y miembro de la comunidad eclesial.

· Púlpito: estaba adosado al muro o en alguno de los pilares de la nave o del presbiterio. Hoy lo suplen los ambones o simples atriles de la sede presbiteral con su micrófono. Desde el púlpito se predicaban los sermones, la voz llegaba fuerte a la gente y el sacerdote podía ver a todos desde el mismo.

· Ambón: es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios, hacia el cual se dirige espontáneamente la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra. Conviene que sea estable y no un mueble portátil. Se usa sólo para proclamar las lecturas, cantar o leer el salmo responsorial y el pregón pascual, hacer la homilía y la oración de los fieles. No debe usarse para el guía ni para el cantor o director de coro.

· Los confesonarios: donde Cristo, a través de su Iglesia, en la persona del sacerdote, administra y ofrece el sacramento de la confesión para el perdón de los pecados de los hombres. A partir del concilio de Trento, en el siglo XVI, aparecieron los confesonarios cerrados a los lados, con paredes provistas de rejilla. Los confesonarios actuales son funcionales y prácticos, y están situados en lugares especiales de la iglesia o en capillas penitenciales.

· Alcancías: destinadas a recoger las limosnas de los fieles, para el culto, la caridad de los necesitados, o necesidades de la parroquia, para las vocaciones. Dichas alcancías sirven para fomentar la caridad y la generosidad de todos.

· Bancos: para sentarnos y escuchar la Palabra de Dios, pasar un rato de meditación íntima con el Señor.

· Imágenes: ya sean pinturas (cuadros, mosaicos), ya sean esculturas (estatuas). Son incentivos de devoción, medios de instrucción y elementos decorativos para el culto de Dios y de los santos. No deben ser excesivos, deben ponerse en justo orden, y no distraer la atención de los fieles. No son signos de superstición ni de idolatría, como creen los protestantes. A Dios Padre se le representa como un anciano venerable. A Cristo: se le representa en el crucifijo, o el Sagrado Corazón, o sus emblemas: Buen Pastor, el Cordero, el Pelícano. La figura típica del Espíritu Santo es la paloma, o las lenguas de fuego. Los ángeles son figuras aladas. El Via crucis representa el camino de la cruz y las escenas de la Pasión del Salvador, recordándonos el camino doloroso de Jesús para salvarnos.

· Las lámparas: las velas se encienden para los actos litúrgicos. Siempre queda encendida una lámpara, la del sagrario. Ella es fiel centinela que asiste día y noche, en nombre del pueblo cristiano, al Divino solitario del sagrario, Jesús. Esa lamparita da fe de la presencia real de Jesús sacramentado. Simboliza también nuestra vida que debe ir consumiéndose al servicio de Dios, en el silencio de nuestra entrega generosa y abnegada.

· El órgano: en el rito latino ha sido el instrumento más tradicional. Existe para el órgano una bendición ritual, antes de su inauguración para el culto. Así dice el documento del Vaticano II: “téngase en gran estima en la iglesia latina, el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (Sacrosanctum Concilium, n. 120).

c) El Altar
Representa a Cristo y es la mesa de su sacrificio y del banquete celestial, para quienes caminamos hacia la eternidad. Es el corazón del templo. Por eso se lo besa, se lo inciensa. Tiene que ser de piedra o mármol. ¡Es Cristo visible! Ya desde el Antiguo Testamento se construían altares para los sacrificios a Yahvé. Tiene que ser alto, grande.

El altar tiene sus accesorios:

· El mantel: pues es banquete lo que se celebra sobre el altar. En esa “mesa” Dios Padre nos servirá a su Hijo Jesús, como Cordero inmaculado, para alimento del alma.

· Candelero: es la luz de la presencia de Cristo.

· El crucifijo: colocado sobre el altar, pues cada misa es Calvario donde participamos de la cruz de Cristo.

· Vasos y utensilios sagrados: El templo es como el palacio de Dios; el sagrario su recámara y como su sala de recepción; el cáliz, la patena, el copón y la custodia son a modo de vajilla sagrada de la mesa eucarística. Todos estos vasos y utensilios son sagrados. El cáliz y la patena se usan para la celebración del Santo Sacrifico de la misa. El copón y la custodia sirven para conservar, trasladar o exponer el Santísimo Sacramento. Vaso subsidiario es la teca o cajita, usada para llevar la comunión a los enfermos.

· Otros: También son objeto de culto las crismeras, las vinajeras y el vasito de las abluciones; el incensario con la naveta, la campana o campanilla, las bandejas, el acetre o calderillo con agua bendita para las bendiciones y aspersiones; lleva dentro un hisopo.
Imágenes de objetos utilizados en la Liturgia

d) Vestiduras y ornamentos sagrados
Las vestiduras pertenecen también a los elementos materiales de la liturgia. Tienen también su profundo significado. Vestir una determinada ropa significa asumir la personalidad correspondiente, asumir una identidad, puesta de manifiesto en esas vestiduras; por ejemplo, la bata del médico, el uniforme militar, la sotana del sacerdote, etc. Estas vestiduras no indican un poder sobre nadie; sino un servicio a los demás.

Vestiduras del diácono

· Dalmática: Del latín “dalmatica vestis”, túnica o vestidura de Dalmacia. Vestido litúrgico en forma de túnica hasta las rodillas, con mangas amplias, que usan los diáconos sobre el alba y la estola. Los primeros cristianos la tomaron de los romanos y éstos, del pueblo de los dálmatas (hoy países balcánicos). La vestían las personas de dignidad.

· Estola cruzada: de hombro izquierdo hacia el derecho, en forma descendente.

Vestiduras del presbítero o sacerdote

· Amito: pequeño lienzo rectangular, de lino blanco, colocado debajo del alba que pueden usar los ministros sobre los hombros y alrededor del cuello, debajo del alba, para ocultar los vestidos comunes. Tenía un significado alegórico: servía en defensa contra las tentaciones diabólicas y la moderación de las palabras. Hoy ya no se suele usar, porque las albas vienen confeccionadas de forma que cubran el cuello, y ya no con cuello en forma de V. Esta es la oración que rezaba el sacerdote al ponerse el amito: “Impón en mi cabeza, Señor, el casco de la salvación, para rechazar los asaltos del diablo”.

· Alba: Del latín “alba”, blanca. Es una vestidura litúrgica común a todos los ministros. Es una túnica talar blanca de mangas largas que cubre todo el cuerpo y se reviste sobre el vestido común. El sacerdote representa con esa alba la pureza que el hombre recibe por los méritos del misterio pascual de Cristo. También significa la penitencia y la pureza de corazón que debe llevar el sacerdote al altar. El alba se coloca sobre el clergyman o la sotana. Esta es la oración que reza el sacerdote al ponerse el alba: “Purifícame, Señor, y limpia mi corazón, para que purificado con la sangre del Cordero, pueda disfrutar de los goces eternos”.

· Roquete: Del latín “Rochetum”, especie de alba corta, hasta la altura de las rodillas, que se usa sobre la sotana o el hábito religioso. También se llama sobrepelliz. Puede ser usada por el sacerdote o el diácono para exponer el Santísimo, para una celebración de Bautismo, para un matrimonio.

· Cíngulo: Del latín “cingulum”, cinturón. Es cuerda o cordón con la que se ajusta el alba a la altura de la cintura. Aunque su uso es simplemente utilitario, sin embargo, podríamos ver que con el cíngulo el sacerdote ata a la pureza del alba a todo el mundo, a los fieles y los lleva al altar para ofrecerlos en la celebración. Esta es la oración del sacerdote al ponerse el cíngulo: “Cíñeme, Señor, con el cinturón de la pureza y extingue en mis entrañas el fuego de la concupiscencia, para que permanezca en mí la virtud de la continencia y de la castidad”.

· Estola: Del griego “stolé”, vestido. Es prenda de tela alrededor del cuello del sacerdote, usada para las celebraciones litúrgicas. La usan los obispos y presbíteros, colgando del cuello hacia delante; y los diáconos, desde un hombro hasta la cintura atravesando en diagonal la espalda y el pecho. Es símbolo de los poderes sagrados que recibe el sacerdote, como pastor que lleva a sus ovejas sobre sus hombros, como maestro que enseña a sus discípulos; como guía que conduce a las almas hacia la vida eterna. Esta es la oración que reza el sacerdote al ponerse la estola: “Devuélveme, Señor, la túnica de la inmortalidad, que perdí por el pecado de los primeros padres; y, aunque me acerco a tus sagrados misterios indignamente, haz que merezca, no obstante, el gozo eterno”.

· Casulla: Del latín “casula”, cabaña. Vestimenta litúrgica amplia y abierta por los costados para la celebración de la Misa. Se usa sobre el alba y la estola. Confeccionada en tela, tiene la forma de una capa cerrada por delante o poncho. Cambia su color según la celebración y el tiempo litúrgico. Simboliza la caridad que cubre todos los pecados y por apoyarse sobre los hombros, el suave yugo del Señor. Esta es la oración que dice el sacerdote al ponerse la casulla: “Señor, que dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera, haz que lo lleve de tal manera que alcance tu gracia. Amén”.

Vestiduras del obispo

· Mitra: Gorro que usan los obispos y abades desde el siglo X. Está formado por dos trozos de tela acartonada cosidos o pegados por los costados, y abierto en la parte superior. Símbolo del poder y servicio espiritual. “El obispo neoelecto la recibe como si fuera una exhortación a esforzarse para que en él “brille el resplandor de la santidad” y merezca recibir “la corona de gloria que no se marchita” cuando aparezca Cristo, el “Príncipe de los pastores” .

· Ínfulas: Cintas que cuelgan detrás de la mitra. Significan que el ministro debe poseer la ciencia del Antiguo y del Nuevo Testamento.

· Anillo: Del latín “anellus”, anillo. Insignia propia de los obispos. Simboliza su desposorio con la Iglesia local o diócesis. También pueden usarlo algunos abades y abadesas. “El anillo que se impone al obispo significa que contrae sagradas nupcias con la Iglesia....”Recibe este anillo, signo de fidelidad y permanece fiel a la Iglesia, esposa santa de Dios”...Este anillo, símbolo nupcial, expresa el vínculo especial del obispo con la Iglesia. Para mí es una llamada cotidiana a la fidelidad. Una especie de interpelación silenciosa que se hace oír en la conciencia: ¿me doy totalmente a mi Esposa, la Iglesia?¿Soy suficientemente para las comunidades, las familias, los jóvenes y los ancianos, y también para los que todavía están por nacer? El anillo me recuerda también la necesidad de ser sólido “eslabón” en la cadena de la sucesión que me une a los Apóstoles...” .

· Báculo: Del latín “baculum”, bastón. Insignia litúrgica propia del obispo como pastor de la comunidad; lo recibe el día de su ordenación y lo usa cuando preside una celebración en su diócesis. Simboliza que es buen pastor de las ovejas, que apacienta, instruye, guarda y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor. “Es el signo de la autoridad que compete al obispo para cumplir su deber de atender a su grey. También este signo se encuadra en la perspectiva de la preocupación por la santidad del Pueblo de Dios... En él veo simbolizadas tres tareas: solicitud, guía, responsabilidad. No es un signo de autoridad en el sentido corriente de la palabra. Tampoco es signo de precedencia o supremacía sobre los otros; es signo de servicio... ¡Servir! ¡Cómo me gusta esta palabra! Sacerdocio “ministerial”, un término que sorprende...El obispo tiene la precedencia en el amor generoso por los fieles y por la Iglesia” .

· Solideo: Del latín “solus”, solo, y “Deo”, a Dios. Gorro de tela en forma de casquillo que usan los obispos, y cubre la coronilla. Si son obispos, el color del solideo es violeta; si son cardenales, es rojo, y el Papa lo usa de color blanco. Simboliza la protección de Dios y la dedicación a solo Dios.

· Pectoral: Del latín “pectus”, pecho. Es cruz de metal, madera, marfil que llevan los obispos sobre el pecho, como insignia de su cargo y dignidad. En la celebración de la Misa pueden llevarla sobre la casulla. El día de la ordenación episcopal toman y aceptan sobre sus espaldas, de un modo más comprometido, la cruz de Cristo, que no faltará en su ministerio episcopal.

Vestiduras del papa

· Tiara: Especie de mitra circular con triple corona que, desde el siglo XII hasta el Papa Pablo VI, usaban los obispos de Roma como insignia propia. Representaba el triple poder del Papa como obispo de Roma, supremo pastor de la Iglesia y jefe de los Estados Pontificios.

Las vestiduras del Papa son blancas: sotana, faja, solideo.

Vestiduras de los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión

· Túnica o toga: Vestidura sagrada que deben colocarse los ministros para repartir la Comunión. Indica el respeto y la veneración con que hay que repartir la Sagrada Comunión.

e) Colores litúrgicos
Después de haber explicado las vestiduras veamos ahora los diversos colores de las vestiduras que se usan en la liturgia.

Tienen también su sentido. Por un lado, expresan lo característico de los misterios de la fe que se celebran, y por otro lado, exteriorizan con mayor eficacia el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico. Son como los semáforos para orientar nuestro camino y nuestra peregrinación al cielo. También nosotros nos ponemos un vestido de color según el tiempo, la estación, la fiesta o la circunstancia que celebramos. La Iglesia es pedagoga, maestra que enseña con todo lo que nos ofrece en la liturgia.

Desde el Papa Inocencio III (siglos XII y XIII) quedaron como oficiales, para la liturgia, los siguientes colores: blanco, rojo, verde, morado y el negro. Y, aunque el simbolismo de los colores cambia de cultura a cultura, sin embargo, podemos dar a los colores litúrgicos un simbolismo que hasta ahora la Iglesia ha aceptado.

· Blanco: simboliza la luz, la gloria, la inocencia. Por eso se emplea en los misterios gozosos y gloriosos del Señor, en la dedicación de las Iglesias, en las fiestas, en las conmemoraciones de la Virgen, de los ángeles, de los santos no mártires, y en la administración de algunos sacramentos (primera comunión, confirmación, bodas, orden sagrado).

· Rojo: es el color más parecido a la sangre y al fuego, y por eso es el que mejor simboliza el incendio de la caridad y el heroísmo del martirio o sacrificio por Cristo. Se emplea para el Domingo de Pasión (domingo de Ramos), Viernes Santo, Pentecostés, fiestas de la Santa Cruz, apóstoles, evangelistas y mártires.

· Verde: indica la esperanza de la criatura regenerada y el ansia del eterno descanso. Es también signo de vida y de frescura y lozanía del alma cristiana y de la savia de la gracia de Dios. Se usa los domingos y días de semana del tiempo ordinario. En la vida ordinaria debemos caminar con la esperanza puesta en el cielo.

· Morado o violeta: es el rojo y negro amortiguados o si se quiere, un color oscuro y como impregnado de sangre; es signo de penitencia, de humildad y modestia; color que convida al retiro espiritual y a una vida algo más austera y sencilla, exenta de fiestas. Se emplea durante el Adviento y la Cuaresma, vigilias, sacramentos de penitencia, unción de enfermos, bendición de la ceniza. Y hoy reemplaza al negro, que se utilizaba en las exequias de difuntos.

· Negro: es el color de los lutos privados, domésticos y sociales. Hoy se cambia por el morado para que así resplandezca mejor el misterio Pascual.

· Rosa: es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera, propia solamente de algunos días felices, de las estaciones floridas de cierta edad. Se puede usar en los domingos Gaudete y Laetare , tercer domingo de Adviento y Cuaresma, respectivamente. Es para recordar a los ayunadores y penitentes de esas dos temporadas la cercanía de la Navidad y Pascua.

· Azul: color del cielo. Se puede usar en las misas de la Virgen, sobre todo el día de la Inmaculada Concepción.

Todos estos colores deben estar marcados también en nuestro corazón:

· Debemos vivir con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia. Reconquistar la pureza con nuestra vida santa.

· Debemos vivir con el vestido rojo del amor apasionado a Cristo, hasta el punto de estar dispuesto a dar nuestra vida por Cristo, como los mártires.

· Debemos vivir el color verde de la esperanza teologal, en estos momentos duros de nuestro mundo, tendiendo siempre la mirada hacia la eternidad.

· Debemos vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la modestia deben ser alimento y actitudes de nuestra vida cristiana.

· Debemos vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es efímera y pasajera.

· Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra.

FORMACION IV: AÑO LITURGICO

Año Litúrgico
Fuente: Catholic.net
Autor: Grace Reyes
¿Qué es el Año Litúrgico?
Se llama Año Litúrgico o año cristiano al tiempo que media entre las primeras vísperas de Adviento y la hora nona de la última semana del tiempo ordinario, durante el cual la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es una realidad salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres.
En la carta apostólica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo aniversario de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre de 2003, nos dice que el año litúrgico es “camino a través del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).
El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:
a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad, Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el misterio de la salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza cristiana y la conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de la salvación en la Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma; el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.
En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los hechos históricos de nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y fuerza para nosotros:
En Navidad Se conmemora el nacimiento de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz, el amor que trajo hace más de dos mil años. Nos apropiamos de los mismos efectos salvíficos, en la fe y desde la fe. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como nos recomendaba san Juan Bautista durante el Adviento.
En la Pascua Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sacándonos de las tinieblas del pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos morimos junto con Él, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza, comprometida en el apostolado.
En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el ansia misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.
Gracias al Año Litúrgico, las aguas de la redención nos cubren, nos limpian, nos refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos bañando en las fuentes de la salvación. Y esto se logra a través de los sacramentos. Es en ellos donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los sacramentos son los canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y refrescante de la salvación que brota del costado abierto de Cristo.
Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen santificados con las celebraciones del Año Litúrgico. De esta manera los días y meses de un cristiano no pueden ser tristes, monótonos, anodinos, como si no pasara nada. Al contrario, cada día pasa la corriente de agua viva que mana del costado abierto del Salvador. Quien se acerca y bebe, recibe la salvación y la vida divina, y la alegría y el júbilo de la verdadera liberación interior.
El Año Litúrgico, ¿cuántos ciclos tiene?
Tiene dos:
Ciclo temporal cristológico: en torno a Cristo.
Ciclo santoral: dedicado a la Virgen y los santos.



A su vez, el ciclo temporal cristológico tiene dos ciclos:
El ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la Epifanía.
El ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de ceniza, Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual y culmina con el domingo de Pentecostés.



El ciclo de Navidad: comienza a finales de noviembre o principio de diciembre, y comprende: Adviento, Navidad, Epifanía.
Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señor. Las grandes figuras del Adviento son: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvación. San Juan Bautista nos invita a la penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y limpia, al Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para nosotros ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida.. Y además, estamos en pleno mes de María. ¿Qué color se usa en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la reflexión y a la meditación del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice ni se canta el Gloria, estamos en expectación, no en tiempo de júbilo. Durante el Adviento se confecciona una corona de Adviento; corona de ramos de pino, símbolo de vida, con cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan nuestro caminar hacia el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro crecimiento en la fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el calor por la venida de Cristo, Luz y Amor.

Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura hasta el Bautismo de Jesús inclusive. En Navidad todo es alegría, júbilo; por eso el color que usa el sacerdote es el blanco o dorado, de fiesta y de alegría. Jesús niño sonríe y bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones. Sin embargo, ya desde su nacimiento, Jesús está marcado por la cruz, pues es perseguido; Herodes manda matar a los niños inocentes, la familia de Jesús tiene que huir a Egipto. Pero Él sigue siendo la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

Epifanía: el día de Reyes es la fiesta de la manifestación y revelación de Dios como luz de todos los pueblos, en la persona de esos reyes de Oriente. Cristo ha venido para todos: Oriente y Occidente, Norte y Sur, Este y Oeste; pobres y ricos; adultos y niños; enfermos y sanos, sabios e ignorantes.




El ciclo Pascual comprende Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual, y Tiempo Pascual.

Cuaresma: es tiempo de conversión, de oración, de penitencia y de limosna. No se dice ni se canta el Gloria ni el Aleluya. Estos himnos de alegría quedan guardados en el corazón para el tiempo pascual. Se aconseja rezar el Via Crucis cada día o, al menos, los viernes, para unirnos a la pasión del Señor y en reparación de los pecados.

Semana Santa y Triduo Pascual: tiempo para acompañar y unirnos a Cristo sufriente que sube a Jerusalén para ser condenado y morir por nosotros. Es tiempo para leer la pasión de Cristo, descrita por los Evangelios, y así ir sintonizando con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, adentrarnos en su corazón y acompañarle en su dolor, pidiéndole perdón por nuestros pecados. Estos días no son días para ir a playas ni a diversiones mundanas. Es una Semana Santa para vivirla en nuestras iglesias, junto a la comunidad cristiana, participando de los oficios divinos, rezando y meditando los misterios de nuestra salvación: Cristo sufre, padece y muere por nosotros para salvarnos y reconciliarnos con su Padre y así ganarnos el cielo que estaba cerrado, por culpa del pecado, de nuestro pecado.

Tiempo Pascual: tiempo para celebrar con gozo y alegría profunda la resurrección y el tiempo del Señor. Es la victoria de Cristo sobre la muerte, el odio, el pecado. Dura siete semanas; dentro de este tiempo se celebra la Ascensión, donde regresa Cristo a la casa del Padre, para dar cuenta de su misión cumplida y recibir del Padre el premio de su fidelidad. En Pentecostés, la Iglesia sale y se hace misionera, llevando el mensaje de Cristo por todo el mundo.




El ciclo Santoral está dedicado a la Virgen y a los santos:


Cada uno de los Santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Así dijo el papa Juan XXIII en la alocución del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar a un santo es celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura. 

Los santos ya consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios, pues reconocemos lo que Él ha hecho con estos hombres y mujeres que se prestaron a su gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua” (Carta 14). 

Este culto también es útil a nosotros, pues serán intercesores nuestros en el cielo, para implorar los beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y coherederos del Cielo. Así lo expresó san Bernardo: “Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. La veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermón 2). 

Tenemos que venerarlos, amarlos y agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han podido, ¿por qué nosotros no vamos a poder, con la ayuda de Dios?

Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien tenemos que honrar con culto de especial veneración, por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a su Hijo Jesucristo. Además, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado como Madre.
Tiempos del Año Litúrgico
El año litúrgico es un tiempo simbólico, un signo de salvación que recorre el círculo completo de las estaciones del año solar, siendo portador de una significación y de un poder de salvación, que no es otro que el misterio de Cristo, centro y culmen de toda realidad simbólica cristiana.
El año litúrgico tiene una estructura que distribuye y articula las celebraciones de la comunidad cristiana, siguiendo unos períodos de tiempos variables según su situación en el año o ligados a determinadas fechas del calendario; es decir, propio del Tiempo y Santoral.
El año litúrgico consta de tres ciclos temporales: Pascua, Navidad y Tiempo ordinario, y de un conjunto de solemnidades y de fiestas del Señor, de la Virgen María y de los Santos.
1. CICLO PASCUAL
El ciclo pascual consta de:
-El Triduo pascual
-El Tiempo de Pascua
-El Tiempo de Cuaresma
a) El Triduo Pascual
La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la Misa vespertina del jueves "en la Cena del Señor" hasta las Vísperas del domingo de Resurrección.
Este período de tiempo se denomina "Triduo pascual", porque con su celebración se hace presente y, se realiza el misterio de la Pascua, es decir, el tránsito del Señor de este mundo al Padre.
El Jueves Santo
Con el Jueves Santo termina la cuaresma y se inicia el Triduo pascual.
La misa, "en la Cena del Señor" evoca la última cena en la cual el Señor, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y de vino y los entregó a los Apóstoles para que los consumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores también lo ofreciesen.
La celebración vespertina está centrada en la institución de la Eucaristía y del Orden sacerdotal, y en el mandamiento nuevo del Señor.
El Viernes Santo
En este día, en que "ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo", la iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento
del costado de Cristo dormido en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.
La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra la Eucaristía. Se distribuye la Comunión solamente durante la celebración.
El tono triunfal y victorioso de toda la liturgia de este día es reflejo de la teología de San Juan, que presenta la cruz como el momento de la glorificación de Jesús.
El Sábado Santo
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección. En este día no se celebra la Eucaristía.
La Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua
Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor. Es la "madre de todas las santas Vigilias". Durante la Vigilia Pascual, la Iglesia espera la resurrección del Señor y celebra los sacramentos de la iniciación cristiana.
El Domingo de Resurrección es el tercer día del Triduo. Es el domingo de los domingos.
La Vigilia Pascual
La Vigilia consta de las siguientes partes:
Los ritos iniciales están constituidos por el Lucernario, que nos ofrece el simbolismo de la luz;
La Liturgia de la Palabra presenta la historia de la salvación convertida en anuncio de la Pascua del Señor, que culmina en el evangelio;
La Liturgia Bautismal es doble: el rito bautismal y la renovación de las promesas bautismales;
La Liturgia Eucarística: la celebración eucarística tiene una fuerza especial: es la Eucaristía más importante del año litúrgico.





b) El Tiempo Pascual, experiencia del Resucitado


La celebración de la Pascua se continúa durante el tiempo pascual. Los 50 días que van del Domingo de Resurrección al de Pentecostés se celebran con alegría, como un solo día festivo, más aún, como el "gran domingo".

El tiempo pascual es el tiempo de la presencia y de la experiencia del Señor Resucitado entre los suyos.

El domingo de Pentecostés es el colofón de Pascua. No es una pascua paralela a la de Resurrección, sino el culmen pascual en el que se da el don del Espíritu y nace la Iglesia.




c) El Tiempo de Cuaresma


Los grandes temas que nos ofrecen las lecturas y los textos eucológicos de este tiempo pueden reducirse a la Pascua, los sacramentos, el desierto, la Alianza y la conversión. No son los únicos, pero sí los que tienen el valor aglutinador. La cuaresma es un camino hacia la Pascua. Cristo, por el misterio pascual, ha hecho la Alianza eterna con el pueblo; los sacramentos de la iniciación cristiana que exigen una conversión constante, nos introducen progresivamente en el misterio de Cristo muerto y resucitado.

El tiempo de cuaresma está ordenado á la preparación de la celebración de la Pascua. Prepara tanto a los catecúmenos como a los fieles a celebrar el misterio pascual.

Los catecúmenos se encaminan hacia los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto por la "elección" y los "escrutinios", como por la catequesis. Los fieles, por su parte, dedicándose con más asiduidad a escuchar la Palabra de Dios y a la oración, y mediante la penitencia, se preparan a renovar sus promesas bautismales.




2. CICLO DE NAVIDAD
Navidad y Epifanía están inseparablemente unidas. Podemos decir que celebran dos aspectos del mismo misterio. La Navidad surgió en Occidente. La Epifanía, en Oriente. Pero ambas fueron aceptadas y celebradas complementariamente.

En la Navidad es el misterio del nacimiento del Mesías, el Hijo de Dios, el que se acentúa y celebra. En la Epifanía celebramos la manifestación de su divinidad, su carácter de Salvador a los Magos, al pueblo judío en el Jordán y en el milagro de Caná.

La Navidad es el encuentro de lo "divino con lo humano y lo humano con lo divino". Navidad es cercanía. Epifanía es la visibilidad gloriosa de su divinidad. Es el misterio de un Dios que viene, que está y que se manifiesta.

El misterio de la Venida no se celebra como un recuerdo, aniversario entrañable, sino que es una realidad actual. Navidad es nacimiento y venida y aparición "hoy". El misterio se nos hace presente y se nos comunica en la celebración litúrgica. El "Dios con-nosotros" quiere en cada Navidad hacer de los cristianos "nosotros-con-Dios": hijos, partícipes de su nuevo nacimiento y de su vida.

El ciclo natalicio comprende también un tiempo de preparación que se denomina:
Adviento, que comienza en las vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y termina en las vísperas del día 24 de diciembre.


En el tiempo de Adviento distinguimos una doble perspectiva: una existencial y otra cultual o litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se complementan y enriquecen mutuamente. La espera cultual, que se consuma en la celebración de la fiesta de Navidad, se transforma en esperanza escatológica proyectada hacia la Parusía final, dotando de este modo nuestra experiencia religiosa cristiana de una fuerza peculiar y de un dinamismo lleno de eficacia. Por estas razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre. 

Todo el misterio de la esperanza cristiana se resume en el Adviento, Al mismo tiempo, es preciso afirmar que la espera del Adviento invade toda nuestra experiencia cristiana, la envuelve y encuentra en ella una dimensión nueva.

Las primeras semanas del Adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose hacia la Parusía final; en la última semana, en cambio, a partir del 17 de diciembre, la Liturgia del Adviento centra su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado sacramentalmente en la fiesta.




3. EL TIEMPO ORDINARIO


Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año, en las que no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario. Es un Tiempo todavía poco conocido en su estructura, contenido y expresión de fe.

La importancia de este Tiempo se centra en conseguir la progresiva asimilación del misterio de Cristo por parte de los fieles, porque semana tras semana y día tras día se presenta toda la vida histórica de Jesús, vista siempre a la luz del misterio pascual.

Este tiempo nos ofrece igualmente, la dinámica interna del crecimiento y la realización del Reino de Dios en este mundo. Los domingos y semanas anteriores al bloque de Cuaresma-Pascua sirven para introducirnos en la predicación y actualización del Reino de Dios por parte del Jesús histórico. Mientras que los domingos y semanas posteriores, sirven para centrarnos en la experiencia que del Reino de Dios ha de hacer la Iglesia pospascual de los tiempos.

El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive: de nuevo se reanuda el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras Vísperas del domingo de Adviento.
Las fiestas del Año Litúrgico
El tiempo celebrativo
La fiesta como espacio cronológico y marco de la celebración, hace posible la inserción plena del acontecimiento celebrado en la vida de los hombres. El clima que se palpa en la celebración hace que ese tiempo de celebrar sea distinto del tiempo ordinario y común, en el que no sucede nada. El hombre vive el tiempo festivo como una inclusión de la eternidad en nuestro presente fugaz e inexorable. Por eso encuentra este tiempo feliz y gratificante.
A estas notas humanas se añaden las específicamente cristianas del tiempo celebrativo de la liturgia, un tiempo que se convierte en acto de culto y en oportunidad de salvación presidido por la eucaristía.
Las notas características de la fiesta cristiana podemos sintetizarlas de la siguiente manera:
- La fiesta es símbolo de la presencia del Señor en medio de los suyos.
- Tiene un valor escatológico como figura, prenda y anticipo de lo que está por venir: la vida eterna.
- El culmen de toda fiesta cristiana por excelencia es el domingo, anterior a cualquier fiesta o tiempo litúrgico. Las diversas fiestas y tiempos litúrgicos, organizados posteriormente descansan sobre los domingos.
- Los dos factores que determinan el tiempo de la celebración son el factor cósmico y el factor histórico.
- En el examen de las fiestas cristianas encontramos una relación constante entre las estaciones del año y las fiestas litúrgicas.
- Es claro que en la constitución del domingo como fiesta cristiana prima el hecho histórico: la muerte y la resurrección de Cristo. Pero el hecho cósmico no está ausente.
- Se impone el ritmo repetitivo semanal, como criterio para elegir y señalar el día de reunión de los cristianos para celebrar su fiesta. Y el ritmo semanal es claramente un ritmo lunar: es la fracción del período mensual determinado por los ciclos de la luna.
Junto a esta celebración semanal pronto aparece la celebración anual: La Pascua. También aquí encontramos una síntesis entre el tiempo histórico y el cósmico. El año es el resultado del ciclo solar con sus cuatro estaciones.
Siguiendo la tradición Judía, los cristianos elegirán para la fiesta anual de la resurrección, el equinoccio de primavera: punto de equilibrio entre el día y la noche, momento de resurgimiento de la vida nueva en la naturaleza, de renacimiento de la vida. A ésto se añadirá un simbolismo complementario: la luna llena, la plenitud de la luz.
La liturgia elegirá otro momento del año para celebrar las fiestas de la fe: el solsticio de invierno, el tiempo que los días empiezan a crecer y parece que el sol renace. Este contexto servirá para celebrar el otro hecho histórico de nuestra fe: el nacimiento de Cristo, verdadero Sol que vence la tiniebla. Tenemos el tiempo de Navidad.
Alrededor de estos dos ejes del año, Pascua y Navidad, se articulan otras fechas festivas: los dias natales de los seguidores más inmediatos de Cristo: María, los apóstoles, los mártires, etc.
El retorno regular de estas fiestas constituye los ciclos de la celebración cristiana, sus ritmos y cadencias, la liturgia llama a esta estructuración de los tiempos celebrativos año litúrgico y considera a éste como el marco y la entraña de su fiesta, como las auras de la eternidad del Reino.
Es por todo esto que decimos que las principales solemnidades son "móviles"
El calendario litúrgico
El tiempo está dividido en períodos que marcan la vida, las actividades y las fiestas de los hombres. Los cristianos tienen también una distribución del tiempo en el que celebran los misterios de Cristo y expresan su fe. Es el calendario litúrgico. Tiene su propio ritmo, una sucesión de fiestas y una alternancia de tiempos.
La liturgia cristiana ha establecido divisiones en el tiempo para distribuir en ellas las distintas celebraciones del misterio de Cristo. El calendario litúrgico se establece conforme a estos ritmos:
Diario: cada día es santificado por las celebraciones del pueblo de Dios, principalmente por la Eucaristía y la liturgia de las Horas.

Semanal: gira entorno al domingo, día del Señor y fiesta primordial de los cristianos.

Anual: cuenta con 52 semanas y a través de ellas se desarrolla todo el misterio salvífico de Cristo, cuya fiesta principal es el Triduo Pascual.




- Solemnidades, fiestas y memorias


Solemnidad: Es la máxima clasificación de una celebración (fiesta muy importante). Su celebración comienza en las primeras vísperas del día precedente.
Fiesta: Es una celebración importante que sale del común del tiempo ordinario, a través de él se celebran los misterios de nuestra salvación.

Memoria: Es la celebración que conmemora de manera libre u obligada a un santo.

Feria: Se denomina así a los días de la semana que siguen al domingo. En ella no hay oficio propio, ni memoria de algún santo. Son privilegiadas las ferias del miércoles de ceniza y de semana santa y las ferias de adviento del 17-24 diciembre.




- Solemnidades y fiestas del Señor

Forman parte de la memoria y de la celebración que la Iglesia hace del misterio de Cristo a lo largo del año y están relacionadas con los tiempos litúrgicos específicos más cercanos:
Están relacionadas con la Navidad: la Presentación y la Anunciación.

Están relacionadas con Pascua: Trinidad, Corpus, el Corazón de Jesús, la Transfiguración, la Exaltación de la Cruz, etc.

La Solemnidad de Cristo, Rey, que abre y prepara el Adviento y es recuerdo de la última venida del Señor, se relaciona con los dos ciclos y hace de enlace entre un año que termina y otro que comienza.




- Solemnidades y fiestas de la Virgen SantísimaEn el culto a la Virgen la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención, en la que ella tuvo activa participación.

A lo largo de todo el año, aunque estas solemnidades y fiestas están en el Santoral, deben contemplarse en especial conexión con el Año Litúrgico. Sus relaciones son:
Se relacionan con Adviento: la Inmaculada, la Anunciación, la Visitación.

Se relacionan con Navidad-Epifanía: Madre de Dios, Natividad de María, Sagrada Familia, Presentación de María.

Se relacionan con Pascua; Asunción, Dolores, Corazón de María, Carmen y muchas otras advocaciones con que el pueblo cristiano venera a la Virgen María.



- Los Santos en el Año Litúrgico

La santidad es un atributo de Dios y de su Hijo, es también un don de Dios a su pueblo, el don de Cristo a su Iglesia y a cada uno de sus miembros.

El título de santo se atribuye a aquellos cristianos que han vivido con mayor plenitud su pertenencia a Crisfo. Celebrar a un santo es celebrar a Dios, darle gracias, reconocer su presencia en nuestra historia. El día de su muerte o nacimiento para la vida futura se considera el día más propio para recordarlos, y así lo hace la Iglesia en su Liturgia.

Las celebraciones del Tiempo Ordinario y del Santoral van completando, a lo largo del año, el recuerdo y la actualización del Misterio pascual, tanto en la evocación de la vida histórica de Jesús como en su cumplimiento en la vida de la Madre de Dios y de los que se distinguieron como los más fieles testigos de la fe y del evangelio.

CHARLEMOS:

¿Qué es el año Litúrgico?
Menciona los ciclos que tiene el Año Litúrgico
Menciona los tiempos del año Litúrgico

FORMACION V: ELEMENTOS LITERARIOS

Elementos Literarios
Entre los elementos de la liturgia se destacan por su importancia y riqueza los libros sagrados. En ellos están contenidos todos sus ritos y fórmulas, su canto y sus ceremonias. Su creación, custodia y desarrollo competen a la Sede Apostólica, a través, principalmente de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y de las conferencias episcopales en lo que les corresponde, siempre en comunión con el Santo Padre, el Papa.
Al inicio de la Iglesia sólo se usaban el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al desarrollarse las ceremonias litúrgicas también se hizo necesario el desarrollo de los libros para una riqueza litúrgica. Así nació el Canon de la Misa, con los primitivos dípticos para recordar las intenciones y nombres recomendados de la comunidad cristiana.
La fe cristiana los revistió de belleza externa, igual que a los vasos y objetos del altar. Hoy podemos admirarnos ante los hermosos evangeliarios, cantorales y rituales, en pergamino ricamente miniados y encuadernados.
Los libros litúrgicos latinos tradicionales son éstos: el Misal, el Breviario o Liturgia de las Horas, el Ritual, el Pontifical, el Leccionario. Complemento del Misal es el Oracional.

a) El Misal contiene todos los textos oficiales necesarios para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
b) El Breviario o Liturgia de las Horas reúne los salmos, antífonas, lecturas, versículos, responsorios, cánticos, himnos y oraciones de la Divina Alabanza de cada día.
c) El Ritual es el manual sacerdotal que contiene las preces y fórmulas y ritos oficiales para la administración de los sacramentos y sacramentales, las procesiones clásicas y toda clase de bendiciones.
d) El Pontifical contiene los textos y rúbricas de ciertas funciones solemnes propias de los obispos: confirmación y orden sagrado; consagraciones y dedicaciones de templos y altares; coronación de sagradas imágenes, santos óleos; bendiciones de abades y abadesas; consagraciones de vírgenes, etc.
e) El Leccionario repartido en varios tomos, contiene las lecturas bíblicas de todo el año litúrgico, en tres ciclos anuales (A,B,C). Recoge lo más importante de la Biblia. Son lecturas muy bien escogidas y concuerdan con el espíritu del ciclo anual temporal y santoral, y particularmente dominical.
f) El Oracional es el libro de la oración de los fieles, que se reza después del Credo y donde elevamos nuestras peticiones por la Iglesia, por el mundo y por nuestras necesidades particulares.

Elementos Artísticos de la Liturgia
Al hablar de elementos artísticos nos referimos especialmente a la música y al arte sagrado.

a) La música
Dice el Papa Benedicto XVI: “La importancia que la música tiene en el marco de la religión bíblica puede deducirse sencillamente de un dato: la palabra cantar (junto a sus derivados correspondientes: canto, etc.) es una de las más utilizadas en la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece en 309 ocasiones , en el Nuevo Testamento 36 . Cuando el hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes. Se despiertan esos ámbitos de la existencia que se convierten espontáneamente en canto” .
La música sagrada es aquella que, creada para la celebración del culto divino, posee cualidades de santidad y de perfección de formas. La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.
La música sagrada tiene el mismo fin que la liturgia, o sea, la gloria de Dios y la santificación de los fieles. La música sagrada aumenta el decoro y esplendor de las solemnidades litúrgicas.
“La música sacra –dirá el papa Juan Pablo II-es un medio privilegiado para facilitar una participación activa de los fieles en la acción sagrada, como ya recomendaba mi venerado predecesor san Pío X en el motu propio ‘Tra le sollecitudini’, cuyo centenario se celebra este año”
El Papa Benedicto XVI tiene unas bellas palabras: “ La música en la Iglesia surge como un carisma, como un don del Espíritu, es la nueva ’lengua’ que procede del Espíritu. Sobre todo en ella tiene lugar la sobria embriaguez de la fe, porque en ella se superan todas las posibilidades de la mera racionalidad. Pero esta ’embriaguez’ está llena de sobriedad porque Cristo y el Espíritu son inseparables, porque este lenguaje ’ebrio’, a pesar de todo, permanece internamente en la disciplina del Logos, en una nueva racionalidad que, más allá de toda palabra, sirve a la palabra originaria, que es el fundamento de toda razón” .
La música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de san Pío X se celebraban muchas misas con orquestra, algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. Ya se desvirtuaba la finalidad profunda de la música litúrgica, la gloria de Dios. Amenazaba la irrupción del virtuosismo, la vanidad de la propia habilidad, que ya no está al servicio del todo, sino que quiere ponerse en una primer plano.
Todo esto hizo que en el siglo XIX, el siglo de una subjetividad que quiere emanciparse, se llegara, en muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico, recordando de nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir al concilio de Trento, que estableció la norma según la cual en la música litúrgica era prioritario el predominio de la palabra, limitando así el uso de los instrumentos.
También Pío X intentó alejar la música operística de la liturgia, declarando el canto gregoriano y la gran polifonía de la época de la renovación católica (con Palestrina como figura simbólica destacada) como criterio de la música litúrgica.

Géneros de música sagrada se permiten en la Iglesia
San Pío X ofreció como modelo de música litúrgica el canto gregoriano, porque servía a la liturgia sin dominarla. Tras el concilio Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al gregoriano. Sin embargo, el principio de que el canto debe servir a la liturgia continúa vigente.
Hoy, ¿qué música sagrada permite la Iglesia?
Se permiten el canto gregoriano, la polifonía sagrada antigua y moderna, la música sagrada para órgano y el canto sagrado popular, litúrgico y religioso.
También el Vaticano II permitió la música autóctona de los pueblos cristianos, pero adornada de las debidas cualidades. La Iglesia aprueba y admite todas las formas musicales de arte auténtico, así vocal como instrumental. Pero de nuevo debemos recordar el principio: la música debe servir a la liturgia, no dominarla.
También hoy, como hace cien años, existen abusos de músicas que dominan la celebración e invitan poco a rezar. En algunas misas cantadas, con palmas y bailes, es difícil que la música ayude a rezar. Eso no significa que bailar sea malo: las personas deben expresarse, pero también rezar. También debe tenerse en cuenta el momento de la celebración para escoger la música. Por ejemplo, un canto muy rítmico puede ser adecuado al comienzo de una misa, pero no en el momento de la comunión.
Entre todos estos géneros musicales, la Iglesia da la preferencia al canto gregoriano, que es el propio de la Liturgia romana y al que san Pío X califica de supremo modelo de toda música sagrada, el único que heredó de los antiguos Padres, y que custodió celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos.

Instrumentos que son admitidos
Nos contesta el concilio Vaticano II: “En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles” (Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática, Sacrosanctum Concilium, n. 120).
En la carta, fechada el 22 de noviembre, memoria de Santa Cecilia –patrona de la música sacra– el papa Juan Pablo II señala que el centenario de la Carta del papa san Pío X “me ofrece la ocasión de recordar la importante función de la música sacra, que San Pío X presenta tanto como medio de elevación del espíritu a Dios, como preciosa ayuda para los fieles en la participación activa de los sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia”.
El papa hace luego un recuento de la secular enseñanza de la Iglesia sobre la nobleza e importancia del canto litúrgico; y señala que “en tal perspectiva, a la luz del magisterio de San Pío X y de mis otros Predecesores, y teniendo en cuenta particularmente los pronunciamientos del Concilio Vaticano II, deseo reproponer algunos principios fundamentales” respecto de la composición y el uso de la música en las celebraciones litúrgicas.

Principios que ofreció el Papa Juan Pablo II para la música dentro de las celebraciones litúrgicas católicas
Enumera los siguientes:
El Papa señala que “ante todo es necesario subrayar que la música destinada a los ritos sagrados debe tener como punto de referencia la santidad”. “La misma categoría de ‘música sagrada’ - advierte el Pontífice- hoy ha sufrido una ampliación tal que incluye repertorios que no pueden entrar en la celebración sin violar el espíritu y las normas de la misma liturgia”.

“La reforma obrada por San Pío X se dirigía específicamente a purificar la música de la Iglesia de la contaminación de la música profana teatral, que en muchos países había contaminado el repertorio y la práctica musical litúrgica”, recuerda el Pontífice; y señala que “en consecuencia, no todas las formas musicales pueden ser consideradas aptas para las celebraciones litúrgicas”.

Otro principio es “el de la bondad de las formas”. “No puede haber música destinada a las celebraciones de los ritos sagrados que no sea primero verdadero arte”.

Sin embargo, “esta cualidad no es suficiente” advierte el Santo Padre. “La música litúrgica debe en efecto responder a sus requisitos específicos: la plena adhesión a los textos que presenta, la consonancia con el tiempo y el momento litúrgico a la que está destinada, la adecuada correspondencia con los ritos y gestos que propone”.

El papa destaca luego el valor de la inculturación en la música litúrgica; pero señala que “toda innovación en esta delicada materia debe respetar criterios peculiares, como la búsqueda de expresiones musicales que respondan a la necesaria involucración de toda la asamblea en la celebración y que eviten, al mismo tiempo, cualquier concesión a la ligereza y la superficialidad”.

El canto gregoriano, dice luego Juan Pablo II, “ocupa un lugar particular”; pues “sigue siendo aún hoy el elemento de unidad” en la liturgia.

En general, señala el papa, el aspecto musical de las celebraciones litúrgicas “no puede ser dejado a la improvisación, ni al arbitrio de los individuos, sino que debe ser confiado a una bien concertada dirección en respeto a las normas y competencias, como fruto significativo de una adecuada formación litúrgica”.

El Papa Benedicto XVI enumeró otros criterios sobre la música sagrada, que me parecen importantes destacar , y que quiero aquí resumir:

La letra de la música litúrgica tiene que estar basada en la Sagrada Escritura.
La liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música. Exige un criterio, y este criterio es el Logos, entendido aquí como razón. Sólo así esa música nos elevará el corazón. La música sagrada no debe arrastrar al hombre a la ebriedad de los sentidos, pisoteando la racionalidad y sometiendo el espíritu a los sentidos.
Nuestro canto litúrgico es participación del canto y la oración de la gran liturgia, que abarca toda la creación. Así vencemos el subjetivismo y el individualismo, que llevaría al virtuosismo y a la vanidad.




b) El arte
¿Qué decir del arte sagrado? 

Aquí habría que decir mucho sobre el valor de las imágenes, que los protestantes tanto nos echan en cara, diciéndonos que nosotros, los cristianos, adoramos las imágenes. 

Nosotros les respondemos así: “Las imágenes de Cristo, de la Virgen, Madre de Dios, y las de otros santos, hay que tenerlas y guardarlas sobre todo en los templos y tributarles la veneración y el honor debidos. No es que se crea que en ellas hay algo de divino..., sino que el honor que se les tributa se refiere a los modelos originales por ellos representados. Por tanto, a través de las imágenes que besamos y ante las cuales, descubrimos nuestra cabeza y nos postramos, adoramos a Cristo y veneramos a los santos cuya semejanza ellas evocan”(Concilio de Trento, Ses. XXV).

El Para Benedicto XVI nos dice: “El icono (imagen) conduce al que lo contempla, mediante esa mirada interior que ha tomado cuerpo en el icono, a que vea en lo sensorial lo que va más allá de lo sensorial y que, por otra parte, pasa a formar parte de los sentidos.

El Concilio Vaticano II sobre la arte


 El Concilio Vaticano II en su constitución sobre la Sagrada Liturgia dice que el arte que se emplee en todo lo relacionado con la liturgia debe orientar santamente a los hombres hacia Dios y debe estar de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 122). 

Por tanto, tiene que ser un arte digno y reverente. Se debe buscar más una noble belleza que la mera suntuosidad (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124). Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada. Hay que excluir, por lo mismo, aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana, y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 124).

Sobre las imágenes, también el Concilio ha dado su palabra: deben exponerse las imágenes sagradas a la veneración de los fieles, pero con moderación en el número y guardando entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 125).

Al edificar los templos, se debe procurar que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir la participación de los fieles (n. 124).

El Papa Benedicto XVI en este libro antes citado nos resume así los principios fundamentales de un arte asociado a la liturgia :
La ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. Dios, en su actuación histórica, ha entrado en nuestro mundo sensible para que el mundo se haga transparente hacia Él. Las imágenes de lo bello en las que se hace visible el misterio del Dios invisible forman parte del culto cristiano. Ciertamente, siempre habrá altibajos según los tiempos, avance y retroceso y, por tanto, también habrá tiempos de cierta pobreza en las imágenes. Pero jamás podrán faltar por completo. La iconoclastia no es una opción cristiana.

El arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación, comenzando por la creación, desde el primer día, hasta el octavo: el día de la resurrección y de la segunda venida, en el que se consuma la línea de la historia cerrando el círculo. Forman parte de él, sobre todo, las imágenes de la historia bíblica, pero también la historia de los santos como concreciones de la historia de Jesucristo.
Las imágenes de la historia de Dios con los hombres no sólo muestran una serie de acontecimientos del pasado, sino que ponen de manifiesto, a través de ellos, la unidad interna de la actuación de Dios. Remiten al sacramento –sobre todo al bautismo y la eucaristía- y en ellos están contenidos, de tal manera, que apuntan también al presente. Guardan una íntima y estrecha relación con la acción litúrgica. La historia llega a ser sacramento en Jesucristo, que es la fuente de los sacramentos. Por esto mismo, la imagen de Cristo es el centro del arte figurativo sagrado. El centro de la imagen de Cristo es el misterio pascual: Cristo se representa como crucificado, como resucitado, como aquél que ha de venir y cuyo poder aún permanece oculto. Cada imagen de Cristo tiene que reunir estos tres aspectos esenciales del misterio de Cristo, y ser, en este sentido, una imagen de la Pascua.

La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una nueva forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La imagen está al servicio de la liturgia; la oración y la contemplación en la que se forman las imágenes tienen que realizarse en comunión con la fe de la Iglesia. La dimensión eclesial es fundamental en el arte sagrado y, con ellos, también la relación interior con la historia de la fe, con la Sagrada Escritura y con la Tradición.

Ciertamente, no deben existir normas rígidas: las nuevas experiencias religiosas y los dones de las nuevas instituciones tienen que encontrar su lugar en la Iglesia. Pero sigue habiendo una diferencia entre el arte sacro (en lo que respecta a la liturgia, perteneciente al ámbito eclesial) y el arte religioso en general. El arte sacro no puede ser el ámbito de la pura arbitrariedad. Las formas artísticas que niegan la presencia del Logos en la realidad y fijan la atención del hombre en la apariencia sensible, no pueden conciliarse con el sentido de la imagen en la Iglesia. De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro.

El arte sacro presupone, más bien, el sujeto interiormente formado en la Iglesia, y abierto al nosotros. Sólo de este modo el arte hace visible la fe común, y vuelve a hablar al corazón creyente. La libertad del arte, que tiene que existir también en el ámbito más delimitado del arte sacro, no es arbitrariedad. Se desarrolla según los criterios que hemos indicado en los primeros cuatro puntos de este reflexión final y que pretenden resumir las constantes de la tradición figurativa de la Iglesia. Sin fe no existe un arte adecuado a la liturgia. El arte sacro está bajo el imperativo de la segunda carta a los corintios: con la mirada puesta en el Señor “nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu”.



¿Qué significa todo esto en la práctica? 

El arte no puede “producirse” como se encargan y producen los aparatos técnicos. Siempre es un don. La inspiración no es algo de lo que se pueda disponer, hay que recibirla gratuitamente. La renovación del arte en la fe no se consigue ni con dinero ni con comisiones. Presupone, antes que otra cosa, el don del nuevo modo de ver. Por eso, todos deberíamos estar preocupados de conseguir nuevamente esa fe capaz de contemplar. Allí donde esto ocurre, el arte encuentra también su justa expresión. 

Todos estos criterios de la Iglesia demuestran lo sagrado de la Liturgia.

El canto y la música en la Liturgia
“La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne… La Música Sacra, Por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente se halle unida a la acción litúrgica…Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico, siempre que estén adornadas con las debidas cualidades.” (SC 112)
“La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y cuando en ellos intervienen los ministros sagrados y el pueblo también participa activamente.”
(SC 113)

GENERALIDADES
La Celebración (vista como la liturgia en cuanto acción) es una categoría fundamental para definir a la Liturgia como acción representativa y actualizadora del Misterio de Cristo y de la historia de la salvación. Esta acción litúrgica (celebración de la fe) tiene cuatro componentes: el acontecimiento que motiva la celebración (evocado por la Palabra de Dios), la asamblea celebrante (la Iglesia como sujeto de la acción), la acción ritual (respuesta a la palabra de Dios a través del canto y la oración: Plegaria Eucarística) y el clima festivo (lugar, tiempo, signos y símbolos) que lo llena todo.
En este tema estudiaremos el primer modo de respuesta a la Palabra de Dios, el canto. Junto al canto es preciso tratar de la música, que no sólo lo acompaña, sino que tiene, ella sola, una función en la celebración.

EL CANTO EN LA BIBLIA Y EN LA LITURGIA
El canto es una realidad religiosa en toda la Biblia y, particularmente en todo los Evangelios. El propio Señor acudía a la sinagoga según su costumbre (cf. Lc 4, 16) y allí tomaba parte en el canto de los salmos. En la Última Cena cantó los himnos del rito pascual (cf. Mt 26, 30).
Veamos brevemente como se manifiesta el canto en la Biblia y a través de testimonios en la Historia.

Espiritualidad bíblica El canto en la Biblia está precedido por el reconocimiento de la presencia de Dios en sus obras de la creación y en sus intervenciones salvíficas en la historia. El ejemplo más acabado son los salmos, que abarcan todas las formas de expresión sonora, desde el grito y la exclamación gozosa hasta el cántico acompañado de la música y la danza (cf. Sal 47,2.7; 81,2; 98,4.6, etc.). La invitación al canto es frecuente al comienzo de la alabanza (cf. Ex 15,21; Is 42,10; Sal 105,1), adquiriendo poco a poco connotaciones mesiánicas y escatológicas, al aludir al cántico nuevo que toda la tierra debe entonar (cf. Sal 96,1) cuando se cumplan las magníficas promesas del Señor (cf. Sal 42,10; 149,1). Este cántico se ha iniciado en la victoria de Cristo sobre la muerte, siendo cantado por todos los redimidos (cf. Ap 4,9-14; 14,2-3, 15,3-4).


La Iglesia primitiva continuó la práctica sinagogal del canto de los salmos y de otros himnos: «Llenaos más bien del Espíritu y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad (celebrad) en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (Ef. 5,18b-20; cf. Col. 3,16); «Sufre alguno entre vosotros? Que ore. Está alguno alegre? Que cante salmos.» (St 5,13). En Corinto cada uno llevaba su salmo a la reunión, de forma que San Pablo advierte que «se hagan para edificación de todos».

Testimonio de la historia
A comienzos del siglo II los cristianos se reunían antes del amanecer “para cantar un himno a Cristo, como a un dios” (cf. Plinio, El joven, Ep. X, 96,7). En la época patrística los testimonios sobre el canto litúrgico se multiplican. He aquí un ejemplo significativo: «Cuando siento que aquellos textos sagrados, cantados así, constituyen un estímulo más fervoroso y ardiente de piedra para nuestro espíritu que si no se cantaran. Todos los sentimientos de nuestro espíritu, en su variada gama de matices, hallan en la voz y en el canto de sus propias correspondencias o modos. Excitan estos sentimientos con una afinidad que voy calificar de misteriosa» (cf. S. Agustín, Confes. X, 33,49).

Sin embargo No todos los Santos Padres fueron unos entusiastas del canto en la liturgia. Estas actitudes manifiestan que en la Iglesia siempre ha existido una preocupación muy grande por el carácter auténticamente religioso y litúrgico del canto y de la música en el interior de las celebraciones.

Los últimos y mas notables ejemplos son el motu propio Tra le Sollecitudini de San Pío X (22-XII-1903), la encíclica Musicae Sacrae disciplina de Pío XII (25-XII-1955), la instrucción sobre la Música Sagrada de la Sagrada Congregación: (3-IX-1958) y la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II (4-XIl-1963), que dedica el capítulo VI a la música. Este documento significa la culminación de todo un movimiento de restauración del canto gregoriano y de renovación del canto popular religioso.

Después del Vaticano II se produjo el fenómeno de la proliferación de una música muy difícil de enjuiciar todavía desde el punto de vista de los criterios litúrgicos y pastorales del canto y de la renovación en la liturgia. Entre los documentos postconciliares dedicados a la renovación de la liturgia hay que citar la Instrucción Músicam Sacram del 5-III-1967, siendo muy numerosos los que se han ocupado del canto y de la música de una manera puntual.

LOS VALORES DEL CANTO DE LA LITURGIA
Aunque casi nunca surge la pregunta ¿por qué cantamos en nuestra celebraciones?, es bueno dar razones sobre esta actitud.
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder expresivo que muchas veces llega a donde no llega la sola palabra. En la liturgia el canto tiene un función clara: expresa nuestra postura ante Dios (alabanza, petición) y nuestra sintonía con la comunidad y con el misterio que celebramos.
El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano. Cantar en común une. Nuestra fe no es sólo asunto personal nuestro: somos comunidad, y el canto es uno de los mejores signos del sentir común.
El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y solemne, ya sea expresado con mayor delicadeza la oración o fomentando la unidad. “Nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas, exprese su fe y su piedad por el canto” (MS 16).
La función ministerial del canto. La razón de ser de la música en la celebración cristiana le viene de la celebración misma y de la comunidad celebrante. La música y el canto tienen dos puntos de referencias: el ritmo litúrgico y la comunidad celebrante. El canto sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad
El canto, sacramento. Dentro de la celebración, el canto y la música se convierten en un signo eficaz, en un sacramento del acontecimiento interior. Dios habla y la comunidad responde con fe y con actitudes de alabanza; se encuentran en comunión interior. El canto es un verdadero “sacramento”, que no sólo expresa los sentimientos íntimos, sino que los realiza y los hace acontecimiento.

FUNCION MINISTERIAL DEL CORO
El coro es ministerialmente un elemento importante para la participación litúrgica en general y para el canto del pueblo en concreto. Todo depende de que se plantee bien su función. No se trata de un coro que suplica o suplante el canto del pueblo asumiendo en solitario las funciones que corresponde a la asamblea. Pero sí de un coro que enriquezca el canto del pueblo que, creando espacios de descanso, fomente la contemplación del ministerio, que ayude a dar un color más propio a cada una de las celebraciones y que finalmente anime el canto de toda la asamblea. Entonces, ¿cuáles serán las facetas del coro?.
Enriquecer el canto del pueblo (con facilidad).
Crear espacios de descanso que fomenten la contemplación.
(el silencio es la llave para la escucha de la voz del Señor).
Dar un colorido más propio a cada una de las celebraciones del año litúrgico.
Animar el canto de la asamblea.

EL SALMISTA Y SU MINISTERIO EN LA LITURGIA
Quién es el salmista

El salmista había sido un personaje entrañable en los primeros siglos. Se apreciaba su arte musical, hecho de técnica y de fe. Cantilando las estrofas del salmo, para que la comunidad intercalara a cada una su respuesta cantaba, creaba un clima de serena profundización. El Papa San Dámaso habla del “placidum modulamen” del salmista en sus misas; una modulación plácida que infundió serenidad y contribuían a que fueran penetrando los sentimientos del salmo en los espíritus de los fieles.
Hoy se quiere recuperar este ministerio.
El salmista es guía y maestro de oración poética y cantada.
Podemos afirmar que el salmista es uno de los ministerios más ricos, pues es desde la liturgia donde Cristo se hace presente como cabeza de su Cuerpo, Mediador entre Dios y los hombres, y con nosotros canta las alabanzas a “nuestro” Padre.

Bibliografía recomendada/ artículos de apoyo :

- Carta del Papa a los Obispos sobre "Summorum Pontificum"
La Carta de Benedicto XVI a los obispos de todo el mundo sobre el Motu Proprio Summorum. Referente al misal de Juan XXIII


- Ecclesia De Eucharistia

- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar

- Sacrosanctum Concilium (Constitución Dogmática del Vaticano II para la Liturgia)

- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía


- Dies Domini ( Carta apostólica JPLL sobre la santificación del domingo)